26.4.08

Democracia joven

Más allá de las retenciones

CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, Abril 20 de 2008.

Hace más de un mes que la discusión sobre las retenciones ocupa buena parte del temario político reflejado por los medios. Esto no es sino la punta del ovillo, porque en realidad lo cuestionado (o cuestionable) es el sistema tributario argentino en su totalidad, que está lleno de vicios.

Para analizar el sistema tributario puede seguirse el norte indicado por estas tres preguntas: ¿Por qué pagar?, ¿Cuánto pagar?, y ¿Cuál debe ser el destino de lo que pagamos? La primera de las preguntas prácticamente está saldada luego de por lo menos dos siglos de diversas teorías que han explicado el poder tributario del Estado y, en síntesis, podemos acordar que se justifica en sostener la res-publica, o sea la cosa de todos. Empero, hay que señalar que la respuesta a las otras dos también indicarán la justificación última de ese poder (como lo haremos al final), porque todo puede reducirse a una sola cuestión que es la extensión del Estado.

La pecera

Argentina tiene una presión tributaria relativamente alta, que deviene negativa en tanto la devolución del Estado en servicios no es siempre tan buena. Alguien, con sorna, dijo que en Argentina se cobran impuestos como en Suecia, mientras que los servicios son como los de Mozambique.

Los eventuales confiscados no son solamente los del campo; al contrario, los que menos tienen pagan proporcionalmente más. En un informe del Banco Mundial difundido en diciembre del año pasado se estimaba que quien gana unos mil pesos, llega a soportar el 40 % de carga tributaria total o incluso más.

Muestra de ello es el dato exhibido por la Presidenta: el primer ingreso tributario del Estado Nacional es el IVA, mientras que las retenciones ocupan el cuarto puesto. Esto no es un orgullo por la sencilla razón de que el IVA es posiblemente el más injusto de todos los impuestos, que hace que en proporción pague lo mismo Amalita Fortabat que un indigente, de modo que el mayor ingreso del Estado lejos está de atender a la máxima de la capacidad contributiva como criterio para tributar. Además, al tener una alícuota estandarizada (con poquísimas excepciones), tributa la misma tasa un BMW que una lata de tomates.

La inflación es otro impuesto que padecen los más pobres. Lo es en dos sentidos: por un lado, al haber más inflación en los bienes de la canasta básica (alimentos, por ejemplo), hace que respecto a quien gana mil pesos (lo que falazmente se presume como el salario “vital” de una familia tipo), la incidencia inflacionaria sea total porque los productos que suben a diario le ocupan prácticamente todo el consumo. Los Rolex no suben, sube la comida, y los asalariados no compran relojes de lujo.

Por otra parte, la inflación genera más recaudación: a causa de ella el Estado se lleva más. Siguiendo con el ejemplo del impuesto al consumo: si algo valía un peso, se tributaba 0.21 de IVA; si vale dos, se pagan 0.42. No todo obedece a mayor eficiencia recaudatoria de la AFIP; en general, lo que siempre pagan, pagan más, porque en Argentina cobrar impuestos es como pescar en una pecera.

El problema, como puede verse, va más allá de las retenciones; es el sistema el que está en crisis. Debe modificarse todo el régimen, simplificándolo de modo que haya pocos impuestos, fáciles de cobrar y ordenen mayor tributación de los que más tienen. Ahora es todo lo contrario: decenas de impuestos, en tres niveles (nacionales, provinciales, municipales), algunos complejísimos que permiten evasiones por doquier, y en definitiva los que menos tienen pagan proporcionalmente más. Es raro que un Gobierno que se dice “progresista” no modifique un sistema tan “regresista”.

Los dueños del dinero

Los Kirchner saben de la injusticia del régimen y por ello inyectan miles de millones en subsidios para compensar a los perjudicados. En el caso de los pequeños productores agropecuarios ofrecieron eso: no les bajarán las tasas, pero a cambio los subsidiarán. Alguien enseguida dirá: ¿Por qué más bien no bajan los impuestos si luego terminan devolviendo el dinero? ¿Por qué no simplificar?

Hay dos claves para entender esto. Una es filosófica: el estatismo cree que solamente el Estado es capaz de “distribuir” con justicia por lo que cuanto más se extraiga para repartir, mejor; mientras que el liberalismo, por su parte, sostiene que nadie mejor que los propios sujetos para darle una eficiente asignación a los recursos, de manera que sólo deben exigirse las exacciones necesarias para costear los clásicos servicios públicos, más no para generar un fondo que se reasigne con discrecionalidad beneficiando generalmente a los amigos del poder. De este modo, mediante el cuanto y el para qué, se pone un límite a la justificación del poder tributario del Estado (el por qué), completando la respuesta a la primera de las preguntas iniciales.
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La segunda razón es política: el poder de manejar la caja. Lo de los Kirchner, en definitiva, no es descreer de la premisa liberal de quién es el que mejor distribuye. Se trata de manejar recursos porque eso da poder, mucho poder. Luego, los subsidios aparecen como una “gracia” gubernamental, casi de generosidad: lo que era dinero propio, se convierte en una concesión del poder, y en el medio se suelen exigir sumisiones.