Una historia mal contada
CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, Marzo 23 de 2008
Reproducido por Nueva Era (29.09.08)
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Mañana se conmemora el “Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia”, según la denominación dada por la ley que consagró el feriado. Se trata de recordar un episodio negro de la historia argentina: el día del golpe cívico-militar llevado a cabo el 24 de marzo de 1976 encabezado por la Junta Militar, asumiendo el poder bajo la autodenominación de “Proceso de Reorganización Nacional”. Por prudencia ante la corriente estereotipización binaria (que, con simplismo, sostiene que se es militarista o bien montonero, sin admitir otra categoría), en primer lugar hay que remarcar que —como el autor de esta columna— se puede estar al centro de las interpretaciones radicales, nomás con el objetivo de mejor comprender qué pasó.
Los constructores del relato
La historia ha servido muchas veces para legitimar a gobernantes y a sus discursos. De allí que suele decirse que a la historia la escriben los que ganan, que de acuerdo a sus pretensiones construyen un relato para una legitimación actual, del presente, asentada sobre su interpretación del pasado.
Paradigmático de esto es la llamada historia oficial decimonónica, cuyo símbolo es Bartolomé Mitre. Allí era menester consolidar la idea de Nación en un vasto territorio relativamente vacío que a la vez recibía a miles de inmigrantes. Por eso fue necesario exaltar a determinados líderes, a quienes se presentaban elevados al bronce, mientras que otros personajes fueron relegados por su disfuncionalidad para con el régimen que discriminaba quienes eran los próceres necesarios.
Con objetivos menos nobles que los de Mitre, el Gobierno de los Kirchner se apropió, demagogia mediante, del discurso de los derechos humanos autoproclamándose como los nuevos intérpretes de la historia. Y como toda maquinaria propagandística, procuró crear una ecuación de identidad entre los derechos humanos y ellos, de modo que quien no esté con ellos, no quiere el respeto de los derechos humanos. Ese accionar se vio abonado por dos grupos disímiles y antagónicos que luego se encaminaron en la misma dirección.
En primer lugar, las asociaciones de derechos humanos pobladas por una izquierda conservadora y reaccionaria, que desde hace treinta años cimenta su cada vez más magra participación política en exhibir su interpretación de los sucesos de la Argentina durante la última dictadura. Nada más. Y no dicen toda la verdad, como por ejemplo que sectores de la izquierda argentina, como el PC, pactaron con las dictaduras: no les era difícil, porque adherían a las autocracias de la URSS y a la de Castro, del mismo modo que en 1939 habían apoyado al Eje cuando Stalin acordó con Hitler repartirse Europa.
El vicio mayor de esas organizaciones es haber hipertrofiado de ideología un tema serio como el de los derechos humanos, generando una parcialización del concepto: sólo algunos humanos tienen derechos humanos. Por eso para Bonafini las víctimas del ERP y de Montoneros no tenían derechos humanos, como no los tienen las de las FARC ni las de Al Qaeda. Grueso error, porque cuando se le quita esa universalidad óntica a los derechos humanos se abre el grifo para que luego venga alguien que continúe con la parcialización aunque invirtiendo al sujeto tutelado. Es decir, el discurso de Bonafini es el de Videla, pero al revés. Ambos, detestables.
El otro sector que apuntaló a los Kirchner es el multifacético peronismo (hoy de “izquierda”, “progresista”) que parece haber olvidado que el terrorismo de Estado empezó con un gobierno de su signo, esto es, el que presidía la esposa de su líder. El famoso decreto 2072/75 firmado por la señora Perón (y refrendado por los ministros Cafiero, Ruckauf y otros) ordenó al Ejército —literalmente— el “aniquilamiento” de los subversivos. Y que contar de la Triple A, dirigida por López Rega que era ministro de Bienestar. ¿Qué decir? ¿Y respecto a que fue también un gobierno de su signo el que indultó a los criminales de lesa humanidad que habían sido juzgados con creces por la Justicia de la democracia? Esa mutación es el secreto de su permanencia, lástima que los votantes no se den cuenta.
¿Quien puede tirar la primera piedra?
Nadie puede tomar el poder sin un considerable consenso social. Es imposible, toda legitimidad es en última instancia sociológica. La sociedad argentina, aceptémoslo en pos de honrar la memoria que se conmemora mañana, en su mayoría apoyó el golpe. Ahí estuvieron empresarios, sectores políticos, eclesiásticos, periodísticos y sindicales y, en fin, una gran porción de la ciudadanía. Lo pedían con la falsa creencia que el desorden era un vicio de la democracia. Confundieron la democracia con el caos del Gobierno de Isabel. No hay un único culpable. Pero claro, es más fácil cargar los pecados sobre el chivo expiatorio y mandarlo al desierto, bien lejos si es posible.
Pasemos en limpio: las víctimas de terrorismo (el de Estado y también el privado) no son de derecha ni de izquierda, son victimas; los terroristas no son de derecha ni de izquierda, son terroristas. Los derechos humanos nos importan a todos, aunque no seamos kirchneristas. También la verdad nos importa a todos. Ya que estamos en Pascua, vale recordar aquella frase evangélica que dice: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Una buena forma de liberarse es obviar toda interpretación oficial funcional al régimen de turno.