5.4.08

Democracia Joven

Las reformas políticas pendientes

CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, Febrero de 2008

La agenda política argentina adolece miopía. Aceptando por un momento que los medios ilustran acerca de los debates actuales de nuestro país, veremos que la temática siempre es coyuntural, sin enfocar las causas válidas: un día es la seguridad, otro la inflación, la fortuna del ex presidente, algún caso de corrupción, entredichos entre el Gobierno y diversos sectores, u otras cuestiones similares.

Cada tanto sí aparecen temas que hacen a los basamentos del orden político, como es el caso de la organización del país y del régimen electoral. Pero esto de la tan anunciada y prometida pero nunca alcanzada “reforma política” sólo toma estado en épocas electorales, siendo parte de las plataformas de los candidatos, para luego del comicio dormir cuatro años más dado que al que ganó con un sistema, no le conviene modificarlo para no perder el poder ni la posibilidad de revalidarlo. En verdad, lo esperable sería que justamente en los períodos intermedios a las contiendas electorales, los actores políticos se dediquen a discutir junto con la ciudadanía esas instituciones fundamentales del sistema democrático.

Fue la reforma constitucional de 1994 la gran oportunidad de reformular el sistema; sin embargo, no se resolvieron los problemas alegados, sino que más bien se los consolidó. Desde esa reforma, vale mirar esos defectos con la realidad actual, a catorce años de la enmienda constitucional.

El sistema electoral como núcleo

La últimas elecciones mostraron una vez más la inconveniencia de haber cambiado el sistema de elección presidencial, porque de esa forma se atenuó considerablemente el federalismo ya que mediante la elección directa, un par de municipios del Gran Buenos Aires tienen más poder que más de media docena de provincias federas sumadas.

Esta distorsión se agrava porque justamente es en una de las zonas más clientelares donde se decide la elección presidencial. La provincia de Buenos Aires no discute sus problemas genuinos porque su elección está anclada a la nacional por la razón de que a quienes manejan el llamado aparato (ayer Duhalde, hoy los Kirchner) no les hace falta más que triunfar en el conurbano para tener casi asegurado el poder central.

Allí no hay debate; para qué si el peronismo gobierna desde hace veinte años mientras que la provincia, especialmente en esas zonas, es un desastre desde todo punto de vista.

La contracara son las elecciones en los Estados Unidos, que como los lectores verán, van recorriendo cada uno de los cincuenta estados federalizando el debate. Además, en ese país hay fortísimas elecciones internas, que en Argentina, luego de haberse sancionado una ley que las consagraba, fueron suspendidas sine die en el gobierno de Duhalde por temor a que Menem lograra ser el candidato único del PJ en 2003 y se asegure la general.

Es que en Argentina parece haber triunfado el unitarismo en los hechos, originado por la distorsión fiscal y electoral. Por ello, además de reformarse el sistema de elecciones debe cambiarse la forma de recaudar, tomando el modelo estadounidense auténticamente federal que invierte al argentino, a fin de que se recaude en este orden: municipios-provincia-nación, y no al revés porque la coparticipación distorsiona a la distribución de poder. La relación entre éste y el régimen tributario no es nueva: la primera concesión monárquica que logró el pueblo inglés obedeció a cuestiones impositivas, en la Carta Magna de 1215, tanto como la Revolución Americana del 4 de julio de 1776 cuando se declaró la independencia de los Estados Unidos de América.

Escisión del poder

Estas nobles revoluciones nos han dado otro norte cardinal para afianzar la república: el poder debe ser escindido en serio, no en la pura letra como en Argentina.

La reforma de 1994 cambió al Senado e incorporó la figura del Jefe de Gabinete de Ministros con la intención de atenuar el presidencialismo con tendencia unitarista. Sin embargo, a catorce años vemos que eso no se logró. Se incorporó el tercer senador para la minoría, pero el régimen se frustró: el peronismo tiene los tres senadores por Buenos Aires, al igual que en las provincias de San Juan, La Rioja y alguna otra. Debió haberse seguido el modelo norteamericano que acepta que puedan ser los dos senadores por el mismo partido (allá son dos por Estado), pero se encarga de una escisión en el tiempo: se eligen de a uno cada tantos años.

Lo del Jefe de Gabinete es harto falaz. A diferencia de los Secretarios (ministros) en Estados Unidos que necesitan el aval del Senado, en Argentina el presidente los nombra por motu proprio, pudiendo removerlos con facilidad. De ese modo, las facultades del art. 100 de la Constitución destinadas al Jefe de Gabinete están, en verdad, confiadas al Presidente. Eso se llama gatopardismo: cambiar para que nada cambie.

En suma, quienes hoy gobiernan tiene el poder para trabajar por la historia dejando atrás el cortoplacismo. Tener instituciones sólidas no son un lujo de los grandes países, sino al contrario: Estados Unidos y Gran Bretaña son fruto de los cimientos citados. Argentina también lo vivió: en 1853 la Constitución fue una revolución fundacional, “para nosotros, para nuestra posteridad”, como dice el Preámbulo. Por cierto: ¿alguien piensa en los argentinos de la «posteridad»?