28.12.08

Democracia joven

El "kirchnerismo", ¿existió alguna vez?

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 21 de diciembre de 2008

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La heterogénea coalición gobernante (“el kirchnerismo”) se está desmembrando. Ya forma parte del pasado ese afán de diversos sectores del arco político en identificarse con el matrimonio presidencial, quienes, a su vez, accedían a apoyar a todo aquel que les mostrara signos de reverencia, sin importar, por ejemplo, que varias listas electorales que competían entre sí empero se identifiquen como parte del (mismo) Gobierno, como sucedió en Río Negro, Catamarca o en La Plata donde apoyaban al oficialismo y a la oposición a la vez.

Esto último señalado es la clave de por qué, ante la primera crisis de peso, la dilatada alianza de gobierno comienza a resquebrajarse. La pregunta, luego de vista tanta labilidad, es: ¿El “kirchnerismo” —como tal— existió alguna vez? 

El oficialismo y sus ideas.(código)

En puridad, desde una dimensión teórica, difícilmente sea legítimo que Kirchner amerite el “ismo” como sufijo. Éste puede ser agregado a las ideas (liberalismo, comunismo) o a personas que han sido fundadores de algo, como es el caso del peronismo o el marxismo. Los Kirchner no inventaron nada. 

Algunos acólitos oficialistas, ensimismados como están, parecen creer —o simulan creer— que los Kirchner son la “realización de lo trascendental”, la presencia real de la Idea Absoluta (como decía Hegel de la monarquía prusiana). El mismo matrimonio ha sugerido que con ellos terminó el siglo de fracaso que ha sufrido el país. Pero, ¿que es lo que hicieron como fundacional?

En los cinco años que llevan gobernando no han mostrado una coherencia que permita conocer el horizonte de su gestión. Se lo puede criticar o no, pero Menem, por ejemplo, tenía un rumbo que era acabar con el agobio estatista que había sido el yugo que por décadas asfixió a nuestra economía. En ese Gobierno estaba claro el plan económico y político —de nuevo, se lo comparta o no—, el afán de ser aliados de los Estados Unidos y sus políticas, y demás caracteres que le dan determinado perfil a un gobernante. 

Cuando los Kirchner llegaron al poder dieron algunos signos de novedad que hoy, a un lustro de aquel entonces, han sido todos fulminados por su propias contradicciones. La idea de la transversalidad fue traicionada cuando el “progresista” Néstor Carlos Kirchner se cobijó en los intendentes feudales del conurbano que son la expresión más acabada de la llamada “vieja política”. La lucha por los derechos humanos vio su contradicción máxima semanas atrás en el pacto con el golpista Aldo Rico (y pensar que Kirchner en 2006 se dio el lujo de aminorar lo hecho por Alfonsín al promover el juicio a los jerarcas del Proceso). El “hombre del interior” —el mismo que le pedía federalismo fiscal a su consejero Cavallo— ha erigido uno de los mayores centralismos de la historia argentina. Qué decir del discurso de transparencia y su contrastación con lo real. 

¿Qué es lo que teóricamente puede identificar a alguien con el “kirchnerismo”? No hay a la vista nada nuevo que los haga tributarios de la fundación de un modelo ni de la concreción real de un corpus de ideas como fue, por ejemplo, el proyecto de la generación del 80 o el peronismo del 45’. Ni siquiera han tenido un norte claro; siempre, bajo un eufemístico “pragmatismo”, tuvieron una política acomodaticia al día a día que les permite tener en el mismo espacio a  Hebe Pastor de Bonafini y Aldo Rico.

El kirchnerismo en la “política real” 

Descartándose al kirchnerismo desde la dimensión ideológica, la cuestión es si en la política real es posible encontrar a seguidores auténticos del matrimonio gobernante. Los hay, sí, pero son un grupo minoritario dentro del universo de los que alguna vez levantaron la bandera del oficialismo.

Desde el 2003, el kirchnerismo tuvo un núcleo “puro” conformado por los hombres de confianza que venían de la gestión en Santa Cruz (De Vido, Jaime, Zanini, Alicia K, Icazuriaga, etc.), y, por lo demás, un grupo más periférico surgido de las múltiples alianzas con sectores heteróclitos y —sobre todo— muchos mercenarios. Antes de ganar ya había asegurado la incorporación de algunos funcionarios de Duhalde a los que nunca quiso (por eso en 2005, cuando Cristina ganó las elecciones, se desprendieron del “ministro estrella” Roberto Lavagna porque que les hacía sombra, exigiendo el auto de fe a los conversos, como Aníbal Fernández o Daniel Scioli). Luego, para compensar el poco caudal electoral, entabló acuerdos con sectores de la izquierda radical (Bonafini, Carlotto, Bonasso), con la progresía mas o menos coherente (los transversales) y con dirigentes sociales (D’Elía, Pérsico, Tumini, Ceballos), a quienes alquilaron con planes sociales para asegurarse grupos cautivos que les respondan en actos y como fuerzas de choque. 

Pero nunca hubo un acuerdo orientado hacia un proyecto común de largo plazo. Por eso hoy se quiebra. La primera crisis que el kirchnerismo sufre alcanzó para que comience el éxodo de todos aquellos que nunca fueron verdaderamente “kirchneristas” —quizá porque ello es teóricamente imposible—. Esos que ahora emigran, más bien, fueron “oficialistas”, como lo son siempre, gane quien gane, lo cual ya presagia que en 2011 también el próximo presidente los tendrá como aliados, y, camaleónicos como son, volverán a decir que son parte del cambio fundacional o del “mejor gobierno de la democracia”, como decían hasta ayer.. 

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8.12.08

Democracia Joven

El derecho penal de no-autor

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 8 de diciembre de 2008

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El penalismo liberal ha deslegitimado —con razón— lo que se llamó “derecho penal de autor”, es decir, un sistema punitivo que sanciona a la persona por lo que es y no por lo que hizo. Por contraposición, se habla de un “derecho penal de actos” como el único que puede satisfacer la garantía de los derechos humanos.

En la Argentina de los Kirchner apareció una nueva categoría, desgraciada y llena de prejuicios ideológicos, que puede denominarse “derecho penal de no-autor”. Esto permite sintetizar la actual inacción de poder público contra personas que, ostentando una indemnidad de hecho, nunca serán abarcadas por la ley penal. Se trata de la figura del “protestante” —en la primera acepción del diccionario—, el “huelguista”, el “reclamante”, o sea el sujeto que reivindica presuntos derechos y para ello goza de una licencia absoluta sin que importe nunca qué medios escoja para llevar a cabo su reclamo.

Deslegitimar la ley al amparo de la autoridad(código)

Repasemos brevemente la historia del piquete. Comenzó como una forma de llamar la atención en Cutral-co en 1992. Diez años después, en plena crisis, la excepción se hizo regla con decenas de cortes diarios a lo largo del  país, siendo ese el año donde Castells, D´Elía, Emilio Pérsico, Pitrola y otras falsas celebridades efímeras (como luego fue De Angeli) llegaron a las primeras planas por ser los dueños de las rutas. Luego, superado el punto crítico de la depresión económica, en una perfecta dialéctica, el abuso del medio degeneró en una burla a punto de que, por ejemplo, se ha llegado a cortar la avenida del Ministerio de Salud “exigiendo” preservativos.

Así el piquete se transformó una modalidad más de la expresión política. Y este año completó su metamorfosis degenerativa cuando dejó de ser patrimonio de los excluidos para ser el medio elegido por los ruralistas para alzarse contra las retenciones. En ese momento, hasta el voto de Cobos, la plaza del Congreso fue más importante que el Congreso mismo. Se llegó a la universalización perfecta: no importa quien ni por qué se lo use, el piquete y sus efectos colaterales forman parte de una regla príncipe de reivindicación sectorial.

Sin embargo es un delito. Eso es lo problemático. Hay normas que están siendo negadas, lo cual —recordando a los penalistas hegelianos— deslegitima al sistema como tal. El mensaje es que el fin, por más nimio que sea, justifica cualquier medio, incluso delictual. Todos efectos simbólicos (conjeturales, al decir de Ciuro Caldani) que, desaparecidos, se llevan consigo al derecho mismo, pues éste es la “coacción latente” para quien ataque bienes jurídicos, realizando con eso una función preventiva ya que si la norma no se cumpliera espontáneamente por ese amedrentamiento simbólico, el sistema no podría contener jamás al delito porque las fuerzas de seguridad representan menos del uno por ciento de la población del país.

Todo esto sucede con la anuencia de la autoridad pública. Hay dos niveles de responsabilidades. Por un lado el poder político, que asumió el lesse-faire respecto a toda manifestación de protesta sin importar el medio elegido. “No criminalizar la protesta” es el discurso oficial. Franco error porque esa aseveración da por sentado que lo criminalizado es la protesta cuando en verdad lo que se censura es que, para protestar, se recurra al crimen. No es la protesta sino el crimen lo que se persigue. A esta altura, enhorabuena, nadie con atino dirá que la huelga es delito. Delito es cortar rutas, amenazar, coaccionar, usurpar, dañar, privar de libertad. ¿Tan difícil es distinguir conceptualmente una cosa de la otra? El Gobierno lo sabe y, en verdad, lo que no dice es que no sancionará a quienes antes alentó. Esa es la clave.

La otra permisión proviene de la complacencia de quienes nunca contradecirán el mandato del poder, con la misma lógica por la cual jamás se atreven a investigar la corrupción hasta que el poderoso pasa al llano, disfrazando su genuflexión con dilaciones procedimentales a la espera de que el viento político sople distinto.

Casa tomada

Luis D´Elía tomó e incineró una comisaria. ¿Es delito? No, si es D’Elía no. El hijo de Moyano bloquea supermercados para lograr encuadramientos en su sindicato. ¿Es delito? En vistas del autor, tampoco. ¿No dice el art. 16 de la Constitución que en la Nación Argentina no hay fueros personales ni títulos de nobleza?

La semana pasada un grupo activistas bloqueó las bocas de distribución de Clarín y La Nación. La fábrica de General Motors está tomada porque la firma no renovó algunos contratos de personas a las que se les venció el plazo por el cual los emplearon. Acá en Tandil un par de sindicalistas —que siempre “trabajaron” de eso— comanda la toma de Loimar desde hace semanas. ¿Cuál es el límite? Que no nos pase como a los dos hermanos del cuento de Cortázar que resignados dejaron su casa en manos de usurpadores sin siquiera luchar por lo suyo.

La autoridad pública —autoproclamada ajena al problema— nada hace, ¿hay que resignarse como los personajes del célebre cuento? ¿Qué hay que hacer sino? Desde el siglo XVII, con John Locke, se sostiene que los particulares delegan en el Estado el monopolio de la fuerza a cambio de protección. Cuando esa protección no está, ¿acaso hay que revocar la cesión y ejercer la defensa  por mano propia? La desidia y la inoperancia —dos variantes claras de la corrupción— son un cáncer del sistema, conjuran contra él, lo deslegitiman desde adentro y por sus propios operadores, lo cual promueve la paraestatalidad, desdibuja lo público y alienta una atávica vendetta con consecuencias tan imprevisibles que mejor evitar porque una vez desatadas difícilmente sean reversibles. 
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22.11.08

Democracia joven

Herida mortal al monopolio sindical

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 23 de noviembre de 2008

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En esta misma sección, el pasado 24 de febrero señalamos la injusticia del régimen regulatorio de las entidades sindicales porque, en violación de cuanto menos tres disposiciones constitucionales, consagra un sistema de representación ficcional que vulnera los derechos de libre asociación y de igualdad que la Carta Magna garantiza. Hoy, con júbilo, podemos volver sobre el tema ya con el aval de que la Corte Suprema, recogiendo un histórico reclamo multisectorial, ha declarado la inconstitucionalidad de un artículo de la ley 23.551 que es uno de los símbolos máximos del sistema monopólico.

El impecable fallo y sus efectos políticos (código)

El 11 de noviembre el Alto Tribunal dictó la sentencia de un caso cuya discusión fondo versaba sobre si para ser delegado del personal era menester estar afiliado a un sindicato con personería gremial. Recordemos que en el sistema de la ley, un sindicato de los múltiples en cada especie es beneficiario de una prerrogativa conocida como “personería gremial” que consiste en una suerte de super-personalidad que lo jerarquiza por sobre los demás, quienes tienen una simple personería.

Como decíamos en el artículo de febrero, el sistema discrimina indirectamente a los propios trabajadores e introduce, oblicuamente, una asociación compulsiva, ya que no es baladí pertenecer a uno u otro sindicato porque sólo los que gozan del reconocimiento preferencial tienen legitimidad para ejercer algunos derechos colectivos del trabajo, entre ellos la huelga. Por tanto la ley viola la igualdad y la libertad asociativa y, además, la propia letra del artículo 14 bis de la Constitución que concede la personería a los gremios, entendiéndose por tal al sustrato de las asociaciones que son los propios trabajadores asociados y no la persona jurídica que los aúna mediante la formalización.

El fallo de la Corte —que no puede dejar de leerse— declaró que las disposiciones de la ley que justifiquen esa discriminación son inconstitucionales porque, además de violar los derechos constitucionales ya mencionados, se oponen expresamente los convenios de la Organización Internacional del Trabajo a los que Argentina adhirió

Amén de todas estas riquísimas cuestiones jurídicas bien vale aquí referir a los efectos políticos del fallo. Por lo pronto, encrespó al linaje sindical que se beneficia con el régimen monopólico porque la ley se encarga de suplir su falta de representatividad real con una ficción normativa que mantiene cautivos a los trabajadores. Esa ficción es la que legitima, por ejemplo, que los gastronómicos de todo el país sean “representados” por Luis Barrionuevo.

Otro aspecto que debe ingresar en el debate de una nueva ley de entidades sindicales —la actual fue sancionada en 1988 como una concesión del decadente gobierno de aquel entonces— es la eliminación de todo vestigio que permita la identificación del sindicato con un partido político. Sabido es que el peronismo está prácticamente institucionalizado como la ideología de la CGT, lo cual es discriminatorio ya que siendo “la” central sindical ella está llamada a representar a una universalidad que como tal es heterogénea y alberga a trabajadores de otras filiaciones políticas. Obsérvese que el titular de la CGT es el vicepresidente del PJ: ¿No hay una confusión de roles? Esto sólo se entiende desde el corporativismo organicista —de origen fascista— que es la base común del peronismo y del sindicalismo argentino. Esa hermandad genética e histórica explica también porqué los jerarcas sindicales se presentan sumisos con aquel partido mientras que cuando gobiernan otros suelen llamar a la desobediencia civil, como hacía Moyano en 2001.

La huelga docente

 Sin salirnos del tema es oportuno decir algo sobre las prácticas que están llevando los gremios docentes en la Capital Federal y en la Provincia de Buenos Aires, quienes persisten con la actitud extorsiva de perder días de clase si los gobiernos no se someten a sus pretensiones.

El salario debe ser discutido pero una máxima ha de regir esa determinación: la remuneración debe ser sinalagmática con las prestaciones de los docentes. Es hora que también discutamos el nivel de los institutos terciarios donde se forman, el nombramiento por concurso público para acceder a las horas cátedra, las formas de auditar su desempeño, las calificaciones y las revalidaciones periódicas y muchas otras cosas que también hacen a la educación. No se puede pretender ganar como un profesor de Harvard cuando se tiene un currículo de dos carillas trabajando cuatro o cinco horas de lunes a viernes. Esa es la esencia de todo contrato e implica también que no todos los docentes deben ganar lo mismo porque de esa forma se desalienta la competencia y el crecimiento.

Mientras tanto, debe recordarse que la educación estatal es un servicio público, insusceptible de interrupción, y, a esta altura, ya se abusó demasiado del derecho de huelga, por lo que deberán recurrir a medios de protesta que no sean lesivos al también constitucional derecho de aprender de millones de alumnos. De lo contrario —y como se trata de una pelea netamente política— habrá que analizar la hipótesis de la exoneración porque no puede ser que en Argentina, año tras año, ni siquiera lleguemos a cumplir con el dictado de los días mínimos de clases y que, como siempre, los más débiles estén de rehenes.

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8.11.08

Democracia joven

Progresismo S. A.

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 9 de noviembre de 2008

En la página web de la Asociación Madres de Plaza de Mayo puede leerse: “Un sueño: el socialismo”. No se nota. Son un emporio: tienen dos radios, una señal de televisión virtual, centenares de minutos en canales de televisión pública (Canal 7 y Encuentro), un periódico, una editorial, una librería, una “universidad”, una constructora, una cerámica, una maderera, etc. y muchos millones en subsidios.

Por otro lado, la revista Noticias dio a conocer, en una nota de tapa titulada “Canciones para la corona”, el detalle de los subsidios a algunos artistas emparentados con el progresismo aunque bien capitalistas cuando se trata de negociar los honorarios que paga el Gobierno: León Gieco ($ 211.248); Mercedes Sosa ($ 829.362); Adriana Varela ($ 135.700); Teresa Parodi ($ 120.259); “Coco” Silly y Daniel Aráoz (entre ambos, $ 5.1 millones para producciones); etc. ¿Por qué artistas “populares” le cobran tanto al “pueblo”? ¿No eran socialistas? ¿O son la propaganda de un régimen y cobran como tales (mercenarios)?

Construcciones Bonafini Sociedad de Estado.(código)

Está muy bien que el Estado construya viviendas. Nadie cuestiona eso. La pregunta, luego de la euforia por el anuncio de que la Fundación de Bonafini construirá 350 viviendas en Tandil, es la siguiente: ¿Por qué una fundación cuyo objeto —alegado— es la defensa de los derechos humanos ejecuta obra pública? ¿Qué tiene que ver? Porque el dinero, obviamente, pertenece el Estado Nacional. ¿Para qué, entonces, la administración pública cuenta con organismos de viviendas?

¿La fundación de Bonafini está sujeta a los controles de la SIGEN, la Auditoría General de la Nación y demás instrumentos de contralor de la Ley de Administración Financiera y sus complementarias? ¿Respeta la Ley de Contrataciones para asegurar transparencia en la selección de proveedores? ¿Se controlan los productos finales? ¿La fundación tiene mejor precio de mercado que otros interesados garantizando más eficiencia en el plan de obras? ¿Está asegurado un plan de adjudicación que evite el clientelismo o incluso el mero proselitismo con fondos públicos?

Según Sergio Schoklender, todo eso es secundario porque, como aval, está “el prestigio de las Madres en juego”. ¿A cual prestigio se refiere? ¿A los 147 cheques sin fondos por $ 1.668.270,39 que fueron rechazados de la cuenta en la que está habilitada Hebe Pastor de Bonafini, tal como consta en el sitio web del Banco Central? Una persona con esa prodigalidad no puede ser destinataria de fondos públicos y menos para hacer obra pública. No nos equivoquemos: la señora de Bonafini, cuando deja de dedicarse a los derechos humanos es una más, no pudiendo otorgársele inmunidad alguna porque ella está haciendo política como cualquier otro. Obviamente tiene derecho a eso, pero no puede luego pretender un trato diferenciado, escondiendo tras el pañuelo blanco su actividad política, la búsqueda de poder, el proselitismo y un espectacular negocio con el dinero público. Los que pagamos impuestos tenemos un legítimo derecho a saber adónde se destina cada centavo que aportamos. Sepámoslo muy bien, la fiesta kirchnerista la pagamos entre todos.

Ya puede presagiarse el fin de la historia de las viviendas. Terminarán siendo más caras que un piso en Manhattan. En el medio, toda la clásica inflación de costos “operativos”: coordinadores del plan —de allí la alegría de algunos jóvenes bonafinistas hasta ayer desocupados—, cargos de aquí, cargos de allá.

Todo eso se evita —incluso en el plano de la mera sospecha— si el Ministerio de Planificación, luego de decidir construir viviendas en Tandil, hubiera otorgado el poder de ejecución al Municipio —ente natural para administrar el bien común de la ciudad— o directamente a la Secretaría de Obras Públicas de la Nación, pero no a una organización como la que preside Bonafini que, tras una fachada y a base en los multimillonarios subsidios de los Kirchner, ha exorbitado su objeto primigenio (promover los derechos humanos) para incursionar en la obra pública, la educación privada, los medios de comunicación, el negocio editorial y demás.

Todo sale de nuestros bolsillos, ¿por qué tolerarlo? La gran injusticia es que muchos trabajadores que no llegan a fin de mes terminan pagando impuestos para mantener a esos parásitos que nunca generaron riqueza. Unos producen; luego, el Estado los expropia para que otros la gasten. ¿Cuándo nos tocará invertir los roles? Qué vivos, a mi también me gustaría estar, aunque sea por un rato, del lado de los que gastan sin trabajar.

Algún día deberán rendir cuentas

La democracia nos asegura una certeza: el 11 de diciembre de 2011 los Kirchner deberán rendir cuentas porque habrán dejado del poder un día antes. Ellos, como otorgantes de dinero público sin respetar los sistemas de control, y todos aquellos que lo han recibido deberán ser auditados y explicar qué hicieron con tantos millones. La Justicia tarda pero llega. Hoy parecen omnipotentes, pueden incluso saquear a los productores agropecuarios o las cajas jubilatorias para poder mantener ese esquema de despilfarro clientelar, pero también Menem parecía intocable hasta que quedó marginado del poder. Que sigan destruyendo el país, que suban, que cuanto más alto estén, más ruido harán al caer.

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26.10.08

Democracia joven

Justificaciones sensibles del nuevo negocio

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 26 de octubre de 2008

El iusfilosofo Werner Goldschmidt distinguió tres razones sobre los actos: las móviles, con las que el mismo sujeto justifica para sí su conducta; las alegadas, que son el discurso de justificación ante terceros de por qué se tomó la decisión; y las sociales, por las cuales la sociedad juzga a esas decisiones. Obviamente, las razones alegadas y las móviles no tienen por qué coincidir: basta con que se esgrima una razón distinta a la que movilizó realmente el proceder.

La decisión del Gobierno de transferir el sistema privado de jubilaciones a la órbita del Estado es de por sí atinada. Si un tema merece ser considerado “de Estado”, no cabe duda que el referente al financiamiento de la clase pasiva lo es. Y también las razones alegadas para ello son más que justas porque es verdad que el sistema previsional no puede quedar sujeto a la especulación financiera y al riesgo empresarial; que las AFJP cobraban comisiones desmesuradas sin asumir riesgos propios; etc.

Todo eso es cierto. Luego, considerando las categorías del inicio la pregunta será: ¿Fue eso lo que motivó al Gobierno a tomar la decisión? ¿O hay alguna otra razón móvil y como ella es non sancta fue menester alegar de una justificación razonable para que la sociedad no recree la ira que le causó la célebre resolución 125? Concretamente: ¿El Gobierno busca esos fines alegados o necesita financiamiento y encontró un justificativo “razonable”?

“Los reconocerán por sus frutos”
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Hay dos características a resaltar de la decisión del Gobierno. Por un lado, que si el fin es recaudatorio hay un paralelo con la resolución 125 pues allí para justificar los impuestos confiscatorios se invocaron fines nobles que generan adhesión social: distribución del ingreso; protección del consumo; evitación del monocultivo. Pero el fin era recaudatorio. Al tiempo, las justificaciones se hicieron más “sensibles”: lo último dicho fue que todo lo recaudado se destinaría a construir escuelas y hospitales.

Pero, ¿cómo saber cual es la razón móvil y si ésta es la que se alegó? Claramente no lo hacemos como juicio moral sobre la mentira o algo que se le parezca, sino porque si verdaderamente el fin es recaudatorio el Gobierno se encargará de crear las condiciones para poder llevar a cabo su propósito. Ahí está el tema. Cuando sean legislados, esos fines nobles que hemos compartido pueden mutar para hacer de los fondos jubilatorios una fuente de recursos para cancelar deuda; o financiar campañas; o subsidiar el “capitalismo de amigos”; o mantener el clientelismo; o seguir saqueando lo público; o para todo eso junto y más.

El proyecto de ley tiene 18 artículos. ¿Con eso basta para reglar un sistema? No, claro que no. El resto lo hará el Poder Ejecutivo. O sea que el Congreso creará el nuevo régimen, pero será el matrimonio presidencial quien disponga las reglamentaciones. En ellos quedará, en definitiva, que se lleve a cabo uno u otro fin. ¿Basta algo más para desconfiar de un Gobierno que además ha dado verosímiles indicios de corrupción a gran escala? Todo sin contar que Argentina históricamente vivió un crónico saqueo de las cajas jubilatorias por obra de políticos y sindicalistas. No parece, entonces, razonable que todo sea tan noble.

¿Es un “error” o una “mentira”?

La segunda nota a considerar es que esta mecánica de estatización se enmarca en una política general con ese norte. Pero resulta que no todas esas estatizaciones reúnen, siquiera en el plano de lo alegado, una justificación equivalente a la de trasferencia del régimen jubilatorio. Éste es parte de los “fines públicos” que el Estado debe realizar por necesidad, pero no se puede predicar lo mismo de todas las demás operaciones que hicieron los Kirchner en estos años. Hay dos hipótesis: que ello se deba a un “error” o una “mentira”. Ambos vocablos se relacionan con la falta de verdad pero no son lo mismo.

El clásico “error” que pueden padecer es confundir la “esencia del Estado” —si vale el término— con la propiedad de bienes. Así es que los Kirchner dicen que “Menem vendió el país”, cuando lo que enajenó fueron empresas, deficitarias y obsoletas además. El país no puede “venderse” porque su naturaleza no radica en tener aviones o trenes sino en unos conceptos largos de abordar aquí que son la “soberanía” y el “imperium”. De confirmar que los Kirchner están presos de ese error entenderíamos por qué se creen reconstructores de una Nación.

La otra hipótesis de por qué estatizan a mansalva es la explicación de la “mentira”, o sea que todo lo que dicen serían manifestaciones contrarias a lo que se pretenden llevar a cabo y lo que les importa, desde esta óptica, es agrandar el Estado porque, como ellos lo manejan discrecionalmente, hay más oportunidades para hacer negociados en él y de mantener el poder. De ser cierta esta inteligencia, el fin noble de algunas medidas (como las jubilaciones) deviene accesorio, porque en todos los casos lo que se realiza es el móvil común: obtener recursos y agradar el marco de influencia sin control alguno. La única diferencia sería que algunos “medios” para ese fin negocial involucran cuestiones que sensibilizan a la comunidad y por tanto hace más viable que el juicio de las razones sociales sea más favorable al Gobierno.
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Democracia joven

Lecciones de Wall Street

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 12 de octubre de 2008

Al abordar la semana pasada el sin dudas polémico tema del “socialismo del siglo XXI”, alguien me advertía sobre lo inoportuno de sostener algunas tesis en contra el estatismo dados los cimbronazos financieros de estos días. Claro, lo estaba diciendo en plena crisis de Wall Street y en tiempos donde el mayor símbolo del capitalismo estaba interviniendo como nunca antes en el bendito mercado con un paquete de salvataje calculado en 700 mil millones de dólares.

Ciertamente el actual estado de las cosas ha estimulado a quienes detestan al capitalismo, porque los hace sentir que están en su hora, convenciéndolos de que por fin se cumple la profecía añorada de que todo ese mal algún día perecerá.

Esta crisis del capitalismo nos servirá como punto de partida para poder hacer algunas reflexiones sobre su relación con el estado y el bien común, y con ello desenmascarar determinados sofismas que en momentos como este adquieren una relevancia extraordinaria........................................................

Exclusión, absorción y complementaciónAquí escribes el contenido.
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Se ha instalado la idea de que el capitalismo quiere destruir al estado y sustituirlo con el mercado. Sin embargo, la lección mayor que ha dado la crisis actual es que justamente el capitalismo no funciona sin un adecuado orden que en más o en menos está dado por la autoridad pública............................................

Es verdad que algunos autores han presentado una radicalización tan grande del capitalismo que llegaron a sostener que no existe otro interés que el individual (Ayn Rand) o bien que el mercado llegaría a su equilibrio máximo cuando toda regulación desaparezca absolutamente, evolucionándose así hacia el denominado anarco-capitalismo (Nozick). Pero la afirmación de que el mercado no puede sustituir al estado encuentra un lógico fundamento en que entre ellos no existe una relación de oposición sino de complemento: uno buscará la maximización de un interés individual, mientras que el otro tiene como fin principal organizar una comunidad en aras al bien común equilibrando las múltiples colisiones de intereses de sus integrantes.

Lo dicho recién habilita a una conclusión tan válida como la anterior: si el mercado no puede sustituir al estado, tampoco el estado puede sustituir al mercado. A pesar de ello, los adversarios del capitalismo proponen una relación de absorción al entender que si el bien común debe ser afianzado por lo público, ello justifica entonces que el estado asuma la mayor cantidad de roles posibles ya que es necesario evitar los desastres que esta crisis ha mostrado y eso sucedió porque todo se dejó librado a los operadores privados.

¿Ganancias privadas y pérdidas socializadas?

El anterior razonamiento esconde un problema emparentado directamente con la resolución de la crisis de Wall Street: la cuestión de quién debe asumir el costo de las “fallas del mercado”. ¿Quién debe pagar el costo del fracaso privado?

Para entender el fondo del problema pongamos un ejemplo concreto de nuestro país. Aerolíneas Argentinas fue privatizada a comienzos de la década pasada y ya por dos veces el Estado argentino tuvo que socorrerla para que no quiebre. La última vez fue hace pocas semanas atrás y, aunque no quedó muy clara la operación, lo cierto es que se reestatizó una compañía sin valor positivo y con 900 millones de dólares de deuda. Se adquirió una compañía en bancarrota y eso significa ni más ni menos que socializar el riesgo: los argentinos estamos pagando los costos de los errores de los dueños de Aerolíneas.

Esto hoy se discute en EE. UU. con el salvataje propuesto por Bush. Los que vitorearon el mercado libre de la intervención del estado, ahora quieren que éste intervenga en su auxilio. Esta mirada es tan estatista como la de los que apoyaron la compra de Aerolíneas.

O sea que en algo coinciden quienes están (supuestamente) en las antípodas ideológicas: el estado tiene que pagar por los fracasos privados. La contradicción de unos es que cuando ganan pretenden tener exclusividad en el beneficio, pero si hay pérdidas otros deberán asumírselas, haciendo del estado un socio sólo para el perjuicio. La de los otros es que, mientras se la pasan señalando la necesidad de la justicia social, al fin están asintiendo que el estado destine dinero público a cubrir los errores privados, subsidiando, en definitiva, a sectores de altos recursos que se benefician transfiriéndole el riesgo a terceros.

Ambas posturas distorsionan la “relación de complementación” que debe haber entre el estado y el mercado, pues en los dos casos se desfiguran las finalidades que antes habíamos demarcado: así el interés individual (o sectorial) se sobrepone al bien común, pues le carga a toda una comunidad sus pérdidas pero reservándose los beneficios.

El capitalismo bien entendido, por vía de principio, tiene que asumir que el riesgo es propio del sistema; que en el riesgo, la pérdida aparece como posible; y que de esa pérdida, bien puede terminarse en una quiebra. Por eso, a pesar de quienes creen que el sueño se les cumple, aquello no muestra un sistema en decadencia, sino que, por el contrario, lo muestra en uno de sus estadios de desarrollo, que es cíclico, porque el capitalismo es en definitiva una “destrucción creativa” (Schumpeter) y en ese dinamismo está el secreto de su supervivencia.Aquí escribes el resto del contenido que no se vera. 

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Democracia joven

La farsa del “socialismo del siglo XXI”

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 5 de octubre de 2008 

La nueva experiencia populista comenzó en Venezuela, primero como una forma de ejercer el poder y después institucionalmente mediante la Constitución Bolivariana. Luego se ramificó a Bolivia, a Ecuador y a Nicaragua, siendo común en estos casos el aval de los jefes de Estado (Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, respectivamente), lo que facilitó su instalación. A su vez, en los dos primeros casos (Bolivia y Ecuador), como antes en Venezuela, se hicieron enmiendas a las constituciones para incorporarles las máximas de ese socialismo sui géneris.

Por otra parte, en los países latinoamericanos donde no han logrado el acceso al poder hay representantes que lo proclaman como modelo a adoptar. En Argentina, cuya Constitución netamente consagra un liberalismo filosófico, político y económico —a pesar del arraigo estatista y caudillista de la política real—, las principales voces del “socialismo del siglo XXI” son Hebe Pastor de Bonafini y Luís D’Elía.

Ninguna explicación agota por sí el fenómeno porque tras un modelo político intolerante hay una cultura que opera de continente y remite en última instancia a la sociedad y a sus individuos, como tan bien lo han explicado Erich Fromm en El miedo a la libertad (tiene un capitulo en el cual analiza cómo el ilustrado pueblo alemán que venía de un esplendoroso siglo XIX termina confiando en un cabo demagogo y resentido como salvador) y Hannah Arendt enLos orígenes del totalitarismo. A pesar de esos horizontes inconmensurables, tomaremos algunos elementos distintivos para al menos poder aproximarnos a su comprensión. Escogería tres tópicos, no más, para hacer una somera presentación: por qué esa izquierda traicionó sus ideales libertarios y se asoció a regímenes antidemocráticos; cuál es la razón por la cual un discurso sincrético, contradictorio, sin consistencia alguna, perimido en otras latitudes, empero se propaga en América Latina; y —en lo que completa lo anterior— cómo es posible que, además, esos discursos se materialicen en regímenes que concitan la adhesión de las masas.

Ni humanista ni democrático.(código)

La traición al espíritu humanista de la izquierda nacida con las revoluciones liberales (especialmente la francesa de 1789), amén de las etiologías particulares (como el odio visceral que guía a Bonafini), se funda en la adhesión de algunos de ellos al modelo despótico surgido de la Revolución Rusa. Desde allí, el socialismo se impondría sin importar cómo, incluso por las armas, traicionando también al supuesto ideólogo, porque si algo debemos aceptar es que Marx sí era un humanista.

Cuando Bonafini apoya a las FARC, D’Elia a Irán y Quebracho invita a la revolución armada, nada hay de “libertad, igualdad y fraternidad”. La traición ya fue consumada.

El “socialismo del siglo XXI” continúa esa tradición no democrática. Sus apologistas enfatizarán que Hugo Chávez, por ejemplo, accedió al poder por elecciones. Pero esa es una mirada parcial (reducción electoralista de la democracia) porque, primero, ella es inescindible a la república y supone alternancia posible; y, segundo, si algo logró la teoría liberal es desmitificar la invocación de las mayorías para conculcar derechos individuales: violar derechos fundamentales deslegitima aun a quien cuente con mayorías, pues la democracia habrá devenido en una dictadura de las mayorías (se llame del proletariado, bolivariana o como sea).

Los elementos legitimantes de todo populismo

Está claro que esas vías no llevan al progreso y basta con cotejar los avances de los países que abandonaron el “socialismo del siglo XX”. Sin embargo, aquí se propone una edición “siglo XXI”, ¿por qué?

Es un dato objetivo que, salvo casos como Chile o Brasil (países en los cuales no por casualidad gobierna una izquierda prácticamente antitética a la chavista), han fracasado las reformas económicas que prometían terminar con el atraso de la región, generando desprotección en buena parte de la sociedad. Esto allanó el camino para el regreso del populismo estatista asociado al abuso de poder, aprovechando ese acervo cultural paternalista heredado de la colonia hispánica, ya señalado por Sarmiento hace un siglo y medio.

Esto es bueno porque a la fantochada teórica se le sumará el fracaso práctico. Vaya a saber qué dirán si Evo Morales no puede evitar el secesionismo boliviano o cuando Raúl Castro termine rogando que las empresas americanas inviertan en Cuba. O bien —sin ir más lejos— cuando por culpa del populismo kirchnerista (ya pasó mucho tiempo para seguir maldiciendo la década del ‘90) termine de explotar la economía irreal llena de distorsiones por los miles de millones inyectados en subsidios...

El máximo desafío para sepultar de una vez todas esas ideas agotadas en el resto de occidente es lograr convencer a las masas más desfavorecidas que, presas de la necesidad, constituyen el gran soporte electoral de los profetas del populismo, advirtiéndoles que ellos nunca los arrimarán al progreso porque necesitan de un cuadro marginal para permanecer en el poder. Muchos políticos callan esto para no perder votos, pero esa es una explicación de por qué el peronismo gobierna hace dos décadas la provincia mientras que, por ejemplo, López Murphy tan solo sacó el 1.5 por ciento.(código)

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Democracia joven

Los falsos íconos del cambio

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 21 de septiembre de 2008 

Desde que el Gobierno comenzó a perder popularidad producto del conflicto con el campo, el escenario político cambió sustancialmente cuanto menos en un aspecto simbólico por el cual se ha instalado la idea de que el kirchnerismo entró en una pendiente negativa que lo conducirá finalmente a su nadir en las próximas elecciones presidenciales. En la columna anterior advertíamos que en Argentina no hay una “oposición” monolítica que cuente con la legitimidad suficiente para suceder al oficialismo por lo que —a pesar de la percepción general referida— el kirchnerismo bien podría triunfar en los próximos comicios si los sectores de la oposición no establecen consensos de unidad.

Ahora bien, con este clima de agotamiento de un modelo de poder, en el disperso arco de las “oposiciones” han aparecido diversos íconos (personas o grupos) que se presentan como “la” alternativa válida al kirchnerismo; empero, muchos de ellos no son sino falsas representaciones del cambio. La faena será, entonces, mediante una suerte de zarandeo, analizar a algunos de los proclamados representantes la alternativa.

Los ropajes de última hora.(código)

El primer ícono falso es Julio Cobos. Ha sido elevado al pedestal por su loable decisión de seguir los dictados de su conciencia al votar contra el proyecto oficial de retenciones. Pero hacer un juicio sobre él tan solo por eso es un análisis cuanto menos recortado.

El sistema permite que el vicepresidente o un legislador vote según su conciencia pero, al menos teóricamente, es disvalioso que quien es el reemplazante de la presidenta sea un liso opositor, tal como se ha mostrado Cobos últimamente. Los signos políticos posteriores a aquella votación —que llegan hasta la creación de una fundación pensando en los próximos comicios— exceden el ejercicio de la objeción de conciencia. Todo se parece más bien a una traición (sin que importe aquí cuan ético es el traicionado y cuánto lo merezca), porque, sincerémonos, Cobos cuando abandonó la UCR sumándose a un proyecto bien alejado de las ideas de Alem sabía claramente quienes eran los Kirchner. Bien supo al aceptar la candidatura que su función sería tan reducida como la de Scioli en la gestión anterior. Como Duhalde, no puede hacerse el sorprendido por una mecánica de poder que tiene dos décadas, habiendo sido Santa Cruz el primero de los ensayos.

Cobos sin la bendición oficial no estaría hoy donde está. Mal que pese, materialmente los votos de octubre pertenecen a los Kirchner aunque el legitimado haya sido un binomio. Él mismo sabe que si dejara la vicepresidencia —actitud esperable de quien está en desacuerdo con el núcleo de las políticas oficiales, independientemente de aquella resolución 125— moriría en el olvido porque eso de encabezar las listas de popularidad es pura fugacidad dada por el cíclico e histérico humor social.

Un caso similar es el de Felipe Solá, el nuevo “presidenciable” con tradición camaleónica. De cafierista a menemista (fue Secretario de Agricultura en los ´90); de menemista a duhaldista; de duhaldista a kirchnerista; ahora, después de haber sometido a Buenos Aires a un vasallaje de la Casa Rosada que continúa Scioli, nuevamente ha emigrado y posiblemente hacia una segunda etapa duhaldista. Siempre hay excusas. Solá en octubre encabezó la lista de diputados kirchneristas por Buenos Aires, ¿recién ahora se da cuenta que los Kirchner “tienden a una hegemonía peligrosa”, como ha sostenido? 

Mas ironías de las “alternativas” al kirchnerismo: Cavallo aconseja de economía y de cómo evitar una crisis; Barrionuevo funda una “verdadera CGT para el pueblo trabajador” porque está cansado —dice— tanto de la corrupción de los Kirchner como de que Moyano no democratice al movimiento obrero; los Rodríguez Saá, que gobiernan San Luís hace veinticinco años, piden alternancia; Duhalde es la esperanza; los que echaron Cobos de la UCR, ahora, porque “mide”, piensan en repatriarlo. Falta que Alberto Fernández se autoproclame como “el cambio”. En las crisis, lo viejo vuelve vistiendo disfraces nuevos; es el devenir circular de la historia con la lógica del eterno retorno.

Rectificar o ratificar, esa es la cuestión

Las falsas expresiones del cambio no llegarán lejos si no cuentan con el aval electoral por lo que la clave es impermeabilizarse de la estrategia de maquillar lo viejo para que permanezca el mismo tejido de poder. ¿Recuerdan el cual era el eslogan de Cristina en las elecciones? “El cambio recién empieza”. Era una ingenuidad creer eso y las pruebas están a la vista. No cambió absolutamente nada, ni siquiera el titular último del poder que sigue siendo Néstor Carlos Kirchner.

Hemos dicho ya que la democracia es un sistema optimista —a pesar de este diagnóstico— porque da chances cada dos años de rectificar la cesión de soberanía. Alternativas serias hay y muy variadas entre los políticos argentinos, siendo esa una razón más para emprender la renovación. No es función del periodismo decir quienes son aunque nada obsta recordar esta frase de Cicerón: “De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error”..
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Democracia joven

En busca de “la” oposición perdida

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 7 de septiembre de 2008


Mariano Grondona apuntaba días atrás que si bien el kircherismo pierde poder, la oposición no se fortalece, siendo como un goteo en el que nadie recoge el derrame. Rumbo al 2009, si esta lógica se mantiene, el oficialismo, aun con menos poder, podrá nuevamente salir victorioso de las elecciones intermedias. En Argentina hay “oposiciones”, pero “oposición”, no. ¿Qué es entonces lo que falta para que haya?

La atomización representativa.(código)

En las democracias más consolidadas del mundo hay dos grandes sectores políticos que se van sucediendo ante el éxito o fracaso gubernamental, de modo que “la” oposición en algún momento pasa a ser gobierno, y viceversa.

Esto en el Reino Unido viene desde el siglo XIX, aunque germinó con la Revolución de 1688. En ella se perfilaron dos grandes grupos: los tories, conservadores y aliados a la nobleza y al clero; y los whigs, liberales, que congregaban a la naciente burguesía que apoyaba la prevalencia del Parlamento por sobre la Corona. Con el paso del tiempo y luego de reformas legislativas que instaban a la institucionalización en partidos, de esos dos grupos nacieron el Partido Conservador y el Partido Liberal, siendo éste, desde la década del 20 del siglo pasado, progresivamente reemplazado en la representación el arco reformista por el Partido Laborista, que gobierna desde 1997, primero con Tony Blair y actualmente con Gordon Brown.

En Estados Unidos, desde que el Partido Republicano llegó a la Presidencia con Abrahán Lincoln en 1860, todos sus presidentes han sido republicanos o demócratas. El bipartidismo es absoluto; la legislación abona eso —con pisos mínimos de representación para lograr un escaño, por ejemplo— pero el sistema es, ante todo, un producto de su ordenada cultura política.

Si bien Argentina nunca tuvo un riguroso bipartidismo, cierto es que el PJ y la UCR dominaron los últimos sesenta años de la vida política (excluyendo, claro, al Partido Militar, según la expresión de Horacio Verbitsky). Las terceras fuerzas no sobrevivieron a sus fundadores, y prueba de ello fueron la UCeDé, el FREPASO y Acción por la República, el partido creado por Domingo Cavallo. Sin alianzas, el Pro y la Coalición Cívica van por el mismo camino.

En una degradación que venía de los ’80, con la crisis del 2001 hasta los partidos tradicionales terminaron de explotar, generando una diáspora de líderes que modificaron ese dualismo que más o menos había. En las elecciones de 2003, con la ayuda de Duhalde que suspendió las internas obligatorias, se presentaron tres candidatos peronistas (Menem, Rodríguez Saa y Kirchner) y tres radicales (Moreau, Carrió y López Murphy). El PJ, como tal, no presentó candidatos, y la UCR sacó menos del 3 por ciento. En 2007, hubo dos fórmulas encabezadas por peronistas y secundadas por radicales (Cristina–Cobos y Lavagna-Morales).

Hoy se ha llegado a la fragmentación máxima. En la Cámara de Diputados, que concentra toda la representación electoralmente válida del país, hay 257 legisladores en 35 bloques; un solo bloque (Frente por la Victoria – PJ) tiene 128 diputados, por lo cual, entre los demás (algunos de los cuales no son “opositores”, pero actúan separados del kirchnerismo) hay 129 legisladores con 34 bloques. Un promedio menor a cuatro legisladores por bloque, dado porque hay un total de 17 monobloques, es decir, “bloques” que cuentan con un solo legislador.

En el Senado la atomización es menor, pero no deja de ser un órgano fragmentado si se le compara con sus pares de otros países. Por ejemplo, el poderoso Senado norteamericano tiene 100 miembros, que se reparten entre 50 demócratas, 49 republicanos y un independiente. Por su parte, la Cámara de Representantes —equivalente a nuestra Cámara de Diputados— tiene 435 legisladores, de los cuales 233 son demócratas y 202 republicanos.

Unidos son mayoría

Reedificar el bipartidismo (insistimos con los partidos porque son “instituciones fundamentales” del sistema, al decir de la Constitución) es para nosotros ilusorio en el corto plazo. Sabemos que uno de los “partidos” sería el kirchnerista, ¿pero quién será el otro? Todos querrán ocupar ese espacio de “la” oposición, pero nadie por si mismo tiene con qué. Mientras tanto, la debilidad opositora es total.

Argentina puede ordenarse políticamente si va hacia un sistema de alianzas con vocación más duradera que una elección. En Alemania, Francia e Italia, por citar algunos casos, son las coaliciones las que se reparten la representación. Cerca nuestro, el caso chileno es ilustrativo: la Concertación gobierna desde la restauración de la democracia, tras la salida de Pinochet en 1989, en una civilizada (e inaudita aquí) convivencia entre democratacristianos y ex comunistas que ha sido la carta para evitar que la derecha (adversaria común de aquellos) gane la Presidencia.
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Nos quedará para más adelante reflexionar sobre cómo pueden generarse e integrarse esas alianzas en Argentina. Por lo pronto, concluimos señalando que sólo con la erradicación del sectarismo opositor se puede vencer a la cada vez menor “hegemonía K”: es hora de recoger su desmembramiento de legitimidad. Hasta ahora, parece que ni la aversión de soportar a los Kirchner cuatro años más incita a la oposición a juntarse para triunfar en 2009 y en 2011. (código
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