26.10.08

Democracia joven

La filosofía de la nueva beneficencia

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 24 de agosto de 2008 

En Estados Unidos ya se habla de la “Segunda era de oro de la filantropía” a raíz de las grandes donaciones de multimillonarios volcadas a la caridad, cuyo símbolo fue hace un tiempo la Fundación Gates, la cual contaba, de partida nomás, con un capital de 60 mil millones de dólares sólo con las contribuciones de su titular Bill Gates y de las hechas por Warren Buffet —quien era el segundo hombre más rico del mundo—, que le cedió la suma de 31 mil millones de dólares.

Una sola fundación cuenta con más fondos que el PBI de varios países latinoamericanos sumados. Vaya si se puede hacer mucho con tanto dinero. Cierto es que en Argentina no existen fortunas equivalentes a las mencionadas, pero sí hay personas con mucho dinero que podrían destinar más recursos a la beneficencia, lo que implicaría una gran contribución al bien público adicional a la que realiza el Estado. ¿Por qué eso no sucede, o, cuanto menos, de un modo tan intenso como en Estados Unidos?

La respuesta más simplista es decir que los empresarios argentinos son avaros, conclusión que, en contrapartida, ha de presentar a los norteamericanos como generosos. La avaricia es una cuestión individual, no de nacionalidad, de modo que debe haber alguna otra cosa, sí relacionada con el país, que, por lo menos, no promueve las condiciones para hacer posible que ni aun los generosos hagan grandes y constantes contribuciones filantrópicas, siendo ésta una realidad patente en Argentina, salvo, claro, las excepciones tan bienvenidas. 

Promoción social y eficiencia(código)

A esta nueva forma de filantropía se la conoce como filantrocapitalismo (philantrocapitalism) y, se sostiene, la innovación respecto a la caridad tradicional y a la primera era dorada de filántropos americanos de principios del siglo XX (como Rockefeller) consiste, entre otro, en que a la gestión de los recursos orientados al bien público se le aplican los cánones de administración de las empresas más eficientes.

Aun sin seguir esas técnicas, en general ya las diversas ONG han mostrado más eficiencia en la ayuda social que el propio Estado porque, considerando los volúmenes de recursos que manejan, tienen mejores resultados en términos relativos. Compárese el presupuesto de Cáritas (u otra análoga) con el de las múltiples áreas sociales del sector público y analícese quien invierte mejor cada peso.

Hay que reconocer que el Estado tiene un vicio intrínseco dado por lo engorroso del sistema administrativo, el cual, con el objetivo de controlar los recursos públicos al asecho de funcionarios corruptos, se ha hipertrofiado de procedimientos que no logran acabadamente una gestión eficiente y eficaz, a pesar de que la legislación ha incorporado estos valores. El gasto público en Argentina ha crecido enormemente en el último lustro, pero los resultados positivos lejos están de crecer proporcionalmente, dándose la paradoja de que con el aumento presupuestario, la utilidad marginal de cada centavo decrece. ¿Cuánto habría costado el Hospital de Niños si lo hubiera hecho directamente el Estado?

Es así que los nuevos filántropos gestionan los recursos por sí mismos, maximizándolos mediante la aplicación de métodos empresariales, con resultados tan excelentes como cuando hicieron dinero dirigiendo a sus compañías. Luego, con ese espíritu, los instrumentos son variadísimos, y van desde fundaciones hasta la creación de sociedades anónimas comunes cuyas utilidades se inviertan en ayuda social, lo que es quizá una alternativa superadora a las tradicionales cooperativas. Un caso a tener muy en cuenta —y al que más adelante le dedicaremos un artículo entero— es el Grameen Bank, un banco de promoción de microcréditos para pobres en Bangladesh, que le valió a su fundador Muhammad Yunus el Nobel de la Paz en 2006.

Los condicionantes

En Argentina hay impedimentos objetivos a la filantropía a gran escala, como lo es el sistema tributario con escasas permisiones para poder deducir de impuestos lo donado a obras de bien público: de nuevo, no es que los americanos sean más generosos, sino que viven en un sistema que los estimula. Conexo a esto, aquí, mediante la rigidez de la cuota legítima para los herederos necesarios y la falta de un grueso impuesto a la herencia, se desalienta la testación en favor de obras filantrópicas consolidándose el mantenimiento de grandes fortunas transgeneracionales.

Los condicionantes sistémicos siguen. Luego, hay otros culturales. Uno es el estatismo, que cree que sólo el Estado puede hacer bien público, creencia también compartida por algunos empresarios que se evidencia, por ejemplo, en la renuencia a aportar dinero a las universidades de donde saldrán sus futuros recursos humanos. Junto a esto, la desconfianza de lo privado, con la idea de que el filántropo devuelve lo que, mediante su actividad, le robó a la sociedad.

En vez de alentarlos, se los acusa. Estos dogmatismos nos impiden captar la cantidad de recursos que aspira el Estado —los que, coparticipación mediante, no vuelven totalmente al lugar de tributación—, como así también desperdiciar la experiencia de personas exitosas que pueden aportar un gran capital humano y dinerario para ayudar a los demás. ¿Cuantos más cosas haríamos si reformuláramos el sistema y, fundamentalmente, algunas ideas?. 

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Puede verse una tesis análoga en un artículo de Bill Gates publicado en la prestigiosa revista Time. Este es el link:http://www.time.com/time/business/article/0,8599,1828069-1,00.html 
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