Kirchner frente a los nuevos enemigos
CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 27 de julio de 2008
Néstor Kirchner, lo haya leído o no, fue un excelente alumno de Maquiavelo durante los cinco años al frente del poder en Argentina, por sí y por Cristina, en una sociedad política unísona. Lo del Senado fue el último estadio de su primera derrota política, y claramente ello obedeció errores estratégicos frente a sus adversarios.
Con cierto idealismo, se puede presentar —como lo hace Elisa Carrió y la gente del campo— a la derrota de los Kirchner como un “despertar moral” del pueblo, que se cansó de ciertas prácticas, o bien como la conversión ética de algunos legisladores que decidieron ponerle coto a una forma de ejercer el poder. Sin embargo, es posible que nada sea así: simplemente falló la estrategia de poder que otrora le garantizó innumerables victorias a la sociedad política Kirchner.
Desde el realismo político, inaugurado por Maquiavelo en la primera mitad del siglo XVI, analizar la política es preguntarse por estrategias y resultados, y ella, a esos efectos, aparece amoralizada, o mejor, con una ética diferente, la ética del resultado: “cuando el hecho te acuse, que el resultado te excuse”, dice el florentino en el primer volumen de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio justificando el fratricidio cometido por Rómulo en los albores de Roma. La explicación moral —o sea, la del “despertar de un pueblo”— opera como construcción discursiva de la esperanza, sí, pero, nuevamente, podemos desencantarnos si, al fin, nada cambia, y es que en definitiva todo fue un traspié táctico de los Kirchner.
Enemigos vencibles
Sin perjuicio la concurrencia de otros factores relevantes (como la ausencia de liderazgo luego de la anomia posterior a la caída de De la Rúa y la enorme cantidad de recursos del Tesoro nacional en desmedro de los poderes territoriales inferiores) el éxito kirchnerista se fundó sobre la cuidadosa elección del enemigo de turno, al mejor estilo de aquel basamento de la construcción política según Carl Schmitt.
Era de esperar esa mecánica para compensar el escaso veintitrés por ciento de las elecciones de 2003, ya que Menem se rehusó al ballotage, lo que habría sido una oportunidad para que Kirchner lograra un más abultado respaldo electoral. Allí comenzó contra las Fuerzas Armadas literalmente desarmadas, que ni siquiera eran las que debió soportar Alfonsín. Contra la Iglesia, que por un lado no tiene el poder del 55’ y, a su vez, no parece estar dispuesta a responder provocaciones. Contra Duhalde, que había sido su poderdante y con ello el primer gran enemigo a destruir para no tener que compartir el poder. Contra empresarios y sindicalistas, cuyo resultado, en ambos casos, fue la reducción o bien la absorción. Contra la oposición atomizada, cooptable y sin liderazgos que puedan hacerle sombra. Y en el medio estuvieron las retóricas contra los enemigos externos: Estados Unidos, el ALCA, España, Alemania e Italia (ambos por los bonistas), el FMI, el Vaticano, Uruguay, Uribe, etc.
Esta lógica basada en la “contra” fue exitosa. La creación del enemigo sabido de antemano destruible, sea justo ello o no, es una estrategia usada por doquier en la historia política que genera una legitimación sin igual, máxime cuando, como bien denota la retórica kirchnerista, el adversario es identificable con el enemigo ya no del propio político, sino del mismísimo pueblo: “hasta hay quienes afirman que un príncipe hábil debe fomentar con astucia ciertas resistencias para que, al aplastarlas, se acreciente su gloria”, aconseja Maquiavelo en El Príncipe.
Próximas batallas
Luego de la batalla perdida contra el campo, al Gobierno le espera una verdadera guerra contra algunos medios por la nueva ley de radiodifusión. Ambos enemigos, aun distintos entre sí, son sustancialmente más poderosos que los anteriores vencidos porque no son susceptibles de identificar como enemigos sociales.
El campo convoca gente; los medios, hacen de intermediarios con la gente. Ambos concitan grandes adhesiones sociales, aun cuando ellas respondan a fenómenos no totalmente reales: en el caso del campo, la resolución 125 también perjudicaba a popes que necesitaron de un De Angeli como pantalla; y respecto a los medios, la vidriera tras la cual se esconderá el poder mediático será el eslogan de la libertad de prensa. Todo es discursivo.
De modo que la estrategia kirchnerista será exitosa o no de acuerdo a cómo pueda encasillar al enemigo, que ahora resiste más que los anteriores. En todos los casos se trata de un poder simbólico, representativo de algo, más que de la talla real del adversario. Ejemplo: en términos reales, Clarín es más poderoso que De Ángeli, pero me atrevo a decir que nadie saldría a la calle a protestar por el multimedios como cuando se detuvo al chacarero entrerriano. Y ello fue lo definitorio: De Angeli y los del campo pudieron impermeabilizar a la opinión pública de la estrategia oficial de ser identificados como enemigos del pueblo, a pesar de ser ese el recurso usado por Kirchner hasta las vísperas de la votación en el Senado. ¿Los medios podrán? Veremos, ahora nos queda asistir a un nuevo escenario beligerante y ver como los colosos enfilan hacia el campo de batalla: el ganador será el que mejor construya la imagen de su adversario.