26.10.08

Democracia joven

La vidriera olímpica del régimen chino

CRISTIAN SALVI 

El Eco de Tandil, 10 de agosto de 2008. 

Tras la fenomenal puesta en escena para la organización de los Juegos Olímpicos, en China hay un estado policíaco violatorio de los derechos humanos que reprime toda manifestación de disenso. El régimen gobernante, como hicieron sus congéneres dictatoriales no pocas veces a lo largo de la historia, procurará aprovechar al espectáculo deportivo como instrumento de legitimación diseñando una maqueta que presente al coloso asiático como el mejor de los mundos posibles. 

Es oportuno aquí plantear dos reflexiones de las muchas que pueden hacerse. En primer lugar, cómo tras la dimensión lúdica del deporte se esconden no sólo los conocidos negocios sin cuestionamientos éticos sino también una forma de publicitación de un régimen moralmente ilegítimo: esta es la relación non sancta que suele darse entre el deporte y la política. Luego, presentar la disyuntiva ética de si las empresas —como realizadoras financieras del espectáculo— deben o no patrocinar eventos organizados por regímenes que violan derechos humanos.

Deporte y dictadura


El deporte tiene una serie de connotaciones sociales que han facilitado su uso político. Como entretenimiento de masas —recuérdese lo del “pan y circo” romano— el deporte es un efectivo vehículo de ideología por su forma simple y extendida de acceder a un universo de personas, las que pueden recibirlo sin necesidad de grandes esfuerzos para decodificar el mensaje que llega a todos, ricos y pobres, cultos e ignorantes. Genera una cohesión social sólo comparable con un estado de guerra externa; aúna, borra por un momento la heterogeneidad (racial, religiosa, clasista) de una sociedad; provoca un falso nacionalismo, como se observa cada vez que juega la selección de fútbol.

Las dictaduras, aprovechando esos efectos colaterales del deporte, siempre han querido apropiárselo para extender su control social y legitimarse, interna y externamente. Lo convierten en una forma de disciplina corporal, de adiestramiento gregario para fomentar la “mente sana”.

En los años 20’ Mussolini libró una disputa con la Iglesia para quitarle la organización de espectáculos deportivos juveniles, y su uso político del deporte llegó a su cenit con la organización del campeonato de fútbol de 1934 para mostrarle al mundo “la Italia de la disciplina, de la virtud y del orden” logrado por el fascismo y su Duce, que había “reconducido la latinidad a la gloria”. Luego, en 1936, con las olimpiadas de Berlín, el nazismo trasladó su esquema racista a los campos deportivos y nuevamente fue oportuno mostrar los beneficios del sistema anfitrión porque —al decir de Goebbels— “los Juegos Olímpicos son una ocasión de propaganda como jamás ha conocido la historia del mundo”. 

Bien conocido es el uso que la dictadura argentina le dio al Mundial de 1978. Mientras se torturaba y desaparecía gente a poca distancia del estadio mundialista, literalmente se montó un escenario para mostrar a la “Argentina maravillosa, derecha y humana”. Vaya si ese “logro fundamental del gobierno” —como se decía— no causó euforia, acrecentada por la obtención del título.

China es todo eso. Con los mismos “consejos” que imponía la Gestapo en 1936, el régimen chino enumeró una serie de temas prohibidos durante la visita de extranjeros a Beijing. No se puede hablar de política, de sexo, ni de ideologías. China, el país con más periodistas presos del mundo, es gobernada por un sistema unipartidario copiado del soviético que permanece intacto a pesar de las reformas económicas implementadas desde hace treinta años. La muestra más cabal de la supervivencia política del régimen comunista es la negación del derecho humano a expresar libremente el culto que la conciencia dicte.

¿Qué se está patrocinado? 

La cuestión ética planteada en la introducción: ¿se debe patrocinar un evento organizado por un régimen totalitario que además usa el espectáculo como propaganda para ocultar sus crímenes? Desde hace tiempo algunas empresas, con tal de ingresar al tentador mercado chino, cedieron a las condiciones del régimen, como es el caso de Google que accedió a crear un buscador especial en el cual se suprimieron “temas sensibles”, o de MSN, que se comprometió a aportarle los datos de los usuarios al gobierno. Eso es traicionar el ideal ético del capitalismo porque, la verdad, esas empresas son grandes por haberse desarrollado en contextos de tolerancia y de respeto de la diversidad que cimentaron las libertades del mercado.

Algunos “liberales”, recreando los vítores que se le hacían a las dictaduras de Onganía, de Videla y de Pinochet, absuelven al régimen por sus reformas económicas "olvidando” la falta de libertad política. Es un claro error conceptual: el capitalismo cree en el libre mercado porque ello es la expresión económica de la libertad humana, una libertad que es inescindible y que comienza ante todo por la libertad de conciencia —cuya raíz filosófica sistematizó Kant— y por la libertad política, ambas negadas por el régimen chino. Apoyar económicamente al instrumento de propaganda de una dictadura, como aceptar sus condiciones de censura para acceder a su mercado, es parcializar la libertad, y desnuda la actitud hipócrita de quienes hacen negocios aun asociados a un régimen criminal. 


Obras recomendadas:

- Juan José Sebreli, La era del fútbol, 1 ed., Buenos Aires: Debolsillo, 2005, con excelentes citas sobre sociología y filosofía del deporte. Ver especialmente los capitulos 7 y 8 titulados "Fútbol y política" y "La dictadura y el fútbol. Campeonato Mundial Argentina 1978", respectivamente.

- Sobre el apoyo de algunos "liberales" a las dictaduras argentinas de Onganía y de Videla y sus sucesores y a la chilena de Pinochet, recomiendo especialmente los trabajos de Guillermo O'Donnel, quien da una interpretación sobre la asociación entre los liberales económicos y los regímenes dictaroriales. Algún día desarrollaremos sus ideas en un artículo especial.

- Sobre la sistemación kantiana que supone que ante todo la libertad comienza por una libertad de conciencia, ver Immanuel Kant, Fundamentación para la metafísica de las costumbres, especialmente las páginas 152 a 182 (estoy citando la 3ª edición de la editorial Aguilar, Madrid 1968).





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