¿El comienzo del fin de la era Kirchner?
CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 18 de Mayo de 2008.
Estamos en el equivalente a 1987 o a 1997: en ambos casos, los respectivos Gobiernos (el de Alfonsín y el de Menem, respectivamente) comenzaron a declinar, en una pendiente cuyo nadir fueron las elecciones siguientes en las que perdieron. Este cambio se manifiesta en la falta de la imposición de la “agenda” —política y mediática—, o sea cuando el Gobierno pierde el timón de los acontecimientos, que son trazados más bien por sus adversarios.
Las consecuencias históricas de un presente de cambio no suele ser percibido con total nitidez, pero —y sin perjuicio que nada de esto es una ciencia exacta— en unos años podremos confirmar la hipótesis de que en marzo de 2008 comenzó el inicio del fin de la hegemónica era Kirchner. Fue en este mes otoñal donde se conformaron los polos de resistencia al poder oficial, lo que implica un cambio total de escenario respecto al primaveral octubre de los Kirchner: (a) el sector agropecuario unido, como no antes; (b) las primeras críticas de las clases baja y media-baja —las principales perjudicadas por la inflación—, que se suma a la clase media-alta que no votó a Cristina; (c) fricciones en la coalición oficial ante la necesidad de responder a sus votantes inmediatos, otrora unida para poder colgarse de la boleta de la candidata presidencial; y —sin agotar los reveces— (d) la rebelión de los medios mostrando los graves hechos de corrupción (que siempre estuvieron), medios que hasta hace poco presentaban una Argentina maravillosa, como el omnipresente Grupo Clarín que cotidianamente es atacado por el Gobierno. Justas son la críticas de los Kirchner de que a Clarín quizá le importa más hacer negocios que periodismo, pero antes pactaron con ellos; y ahora, como Menem en los ’90, se alían con Daniel Hadad para hacerles fuerza, quien también es acusado de mercenario. No es esa la vía, como tampoco fomenta la libertad de expresión haber degradado a la agencia TELAM o querer disciplinar a los medios con el reparto discrecional de la publicidad oficial, por ejemplo premiando a diarios obsecuentes como Página/12 y castigando a los críticos como Perfil.
Era de esperarse, pero no tan rápido
Lo llamativo del presente es que, a diferencia de los dos casos citados el inicio, la pendiente negativa no se suscita por perder las elecciones intermedias, que hace que el Gobierno reduzca sus mayorías parlamentarias y necesite negociar con la oposición, sino que el escenario desfavorable sucede a cuatro meses en los que el (¿nuevo?) Gobierno (re)asumió, luego de una ventaja amplísima en las urnas.
Maquiavelo escribió que en apariencia “es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores”, pero advirtió: “La dificultad estriba en que los hombres cambian con gusto de Señor, creyendo mejorar; (…) en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado”. Después de la decepción por acostumbramiento viene el rechazo, y a ello contribuye esta máxima de la experiencia: las segundas versiones suelen ser peores que las primeras, y a veces patéticas. Si Menem se hubiera retirado en 1995, hoy sólo hablaríamos de todos los aciertos que sin duda logró en su gobierno, pero por el afán de seguir, embriagado por el poder, su carrera política terminó lastimosamente perdiendo las elecciones para la Gobernación de La Rioja. Con los Kirchner, de insistir en su mecánica de poder, pasará lo mismo: hasta los estadistas de verdad tuvieron su Waterloo.
Como era de esperar, Cristina, que no puede echarle la culpa a la herencia recibida, sin embargo está pagando los errores que cometió su marido. El desgaste, entonces, obedece a que todo se percibe tal como es: una continuación de un Gobierno que lleva exactamente cinco años. Y el adelantamiento de ese desgaste se explica en que el estilo Kirchner es avasallante, destila odio, es difícil no reaccionar alguna vez. Funcionó al principio, cuando los adversarios estaban desunidos e incluso se toleraba con el afán de reconstruir una autoridad presidencial que venía del desgobierno de 2001-2, pero hoy causa hartazgo, indigna.
En búsqueda del equilibrio
Los adversarios del Gobierno ahora lo saben: en términos reales, el poder está más diseminado, no se puede someter a todos todo el tiempo. Argentina no es Santa Cruz. Por eso lo novedoso y digno del campo radica que ellos marcaron punta animándosele a los Kirchner. Ahora, sabiendo que al fin nada es trágico, muchos harán lo mismo.
Lo deseable no es que el Gobierno se debilite y se llegue a un estado de ingobernabilidad. Esto último hoy es impensable porque, a diferencia de De la Rúa, los Kirchner tienen mayoría en el Congreso, la adhesión de los Gobernadores y de los sindicatos y, sobre todo, hay una situación económica totalmente opuesta a la del año 2001. Pero ojo, la economía una vez más es la que dirime todo: será ella y no las adhesiones corporativas la que definan en futuro de los Kirchner.
En un República ordenada todo tiende al equilibrio, de manera que esta crisis es una gran oportunidad para contrabalancear el poder, y harían bien los Kirchner en entender que el límite es saludable para ellos mismos pues de ese modo se les evita terminar como sus predecesores.