El mensaje de la Iglesia es imprescindible
CRISTIAN SALVI
El pasado 18 de abril The Washington Post publicó una columna del analista Michael Gerson que se tituló "The Indispensable Church" (La Iglesia imprescindible). La tesis de Gerson es que la Iglesia, siendo una institución otrora acusada de oscurantista, hoy es una de las líderes imprescindibles y defensoras más firmes de la racionalidad y de la dignidad del hombre materializada en los derechos humanos.
El autor hace referencia a que, en definitiva, la defensa de los derechos humanos es una convicción moral, y consagrarle ese estatuto a los seres humanos sólo es compatible con un universalismo cultural que crea que hay valores objetivos que trascienden toda frontera, como es el caso del cristianismo que desde el origen lleva un mensaje universal (católico, justamente, en griego significa eso).
La religión del lógos
Es interesante cuando Gerson señala que la Iglesia es una de las grandes defensoras de la racionalidad porque eso implica que, aun en su universalidad, ella es una de las constructoras de occidente que se muestra como la gran civilización humanista que creó, entre otras grandes conquistas magníficas, la idea de derechos humanos. El cristianismo, escribió nada menos que Hegel, significó la divinización del ser humano —creado libre por Dios— cuando en el Concilio de Nicea triunfó la tesis de que Cristo es verdadero Dios pero también verdadero Hombre. Aun hoy, a casi dos milenios de aquello, sólo un reconocimiento intrínseco de la dignidad humana es el definitivo reaseguro que tiene la humanidad para pretender que esa protección se base en algo más que en un Tratado Internacional.
Cierto es que los padres del liberalismo clásico (John Locke por ejemplo) debieron sostener la existencia de un ser superior garante de la dignidad humana para oponerse a la voluntad monárquica de legislar contra los derechos naturales a la vida y a la libertad, pero esto no significa que la defensa de los derechos humanos dependa de la confesión de una fe religiosa. Depende, sí, de la fe en la razón universal, esa herencia griega que, mediante el iusnaturalismo cristiano, llega a su cenit con la Ilustración.
Según algunos eruditos, cuando leemos en latín en el evangelio de San Juan, escrito en griego, la famosa sentencia: “… Deus erat Verbum... Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis” (La Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros - Jn. I, 1 y 14), sí recurriéramos al original veríamos que Verbum, que suele traducirse al castellano como palabra o como verbo, es la extrapolación latina del concepto de «lógos»; o sea —y a pesar de lo inefable del término— razón, de lo cual se extrae el sentido: Cristo es la imagen de Dios, concebido, desde los judíos, como la Razón eterna autora de la ley natural.
Así se observa como el judeo-cristianismo es, con los griegos y los romanos, parte del trípode en donde se asentó la civilización occidental, que en buena parte se edificó en el tributo a la razón.
El catolicismo, pues, se emplaza como un heraldo del objetivismo valorativo sostenedor de la racionalidad universal en un una época donde se relativizan los derechos naturales, y esta razón se encuentra lejos de estar reñida con la fe porque, como dijo Juan Pablo II en el proemio de su Encíclica Fides et Ratio, “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.
De allí que no se entiende cuando algunos intelectuales y periodistas critican a la Iglesia y a su actual Papa con adjetivos de “oscurantismo”, mientras que se muestran condescendientes con el misticismo irracionalista (desde la bailantera Gilda al Gauchito Gil) o con la sectas que crecen en Argentina, como es el caso de la de los pastores brasileños que están en las madrugadas televisivas. En ambos casos, como escribió el filósofo Juan José Sebreli en Perfil, se trata un regreso al mito y a una religiosidad fetichista y primitiva, lo que rompe esa amigable asociación entre fe y razón.
Conservar para progresar
Cuando se critica a Benedicto XVI y sus mensajes contra “la dictadura del relativismo moral”, se critica más que la figura de este brillante intelectual.
Lo que se critica es la tesis sobre la posibilidad de lograr una guía objetiva de racionalidad en donde descansan los grandes logros de la cultura occidental, que la han hecho la vanguardia de la humanidad. Por creer en el hombre y en su dignidad previa a todo reconocimiento legislativo se han forjado lo que hoy son axiomas constructores del progreso humano, como los derechos humanos, la democracia, el derecho a la vida y a la libertad en todos su sentidos, lo que obviamente incluye a las del mercado pero sin degenerar en un utilitarismo que degrade esa humanidad.
Volvamos al artículo de Gerson “The Indispensable Church”. Yo diría, para concluir, que el mensaje de la Iglesia es imprescindible, tanto como el de todos aquellos que creen en los presupuestos axiológicos que constituyen el asiento filosófico y jurídico de la democracia liberal fundada sobre los “derechos naturales”. Ser conservador no es siempre mala palabra; a veces, conservar ciertos valores es la clave para progresar. Esa es, en definitiva, la historia de occidente, y la diferencia entre el liberalismo y el nihilismo.