Konrad Adenauer: el “milagro alemán” y la tercer vía
EDICION IMPRESA | SÁBADO 06/08/2017
El pasado 19 de abril se cumplieron 50 años del fallecimiento de Konrad Adenauer. Fue un estadista enorme. Uno de los más grandes del siglo XX. El primer Canciller alemán después del nazismo. Durante catorce años en el poder, lideró la reconstrucción de la Alemania de posguerra y es uno de los padres de lo que luego sería la Unión Europea.
La figura de Adenauer tiene enorme significancia. Mi interés, en esta breve reseña, es remarcar cómo el llamado “milagro alemán” fue en parte la concreción de las ideas que Adenauer —un político católico— tomó de la doctrina social de la Igle-sia y la “tercera vía”, que aquí, por ejemplo, inspiró de manera contemporánea al primer peronismo.
La “economía social de mercado”
Alemania quedó literalmente en ruinas en 1945. Sin embargo, en tan solo veinte años la República Federal pasó a ser una potencia económica mundial.
La singularidad del “milagro alemán” ha la sido conjunción de una economía de libre mercado con la edificación de un estado de bienestar que se mantiene hasta la actualidad. Así, Alemania ha reunido a la vez su condición de potencia económica plenamente capitalista (es la quinta economía del mundo) sosteniendo empero un enorme sistema de seguridad social del que carece, por ejemplo, Estados Unidos.
El modelo alemán refuta la falsa antinomia de “estado vs. mercado”. Esa falsa opo-sición ya había sido señalada en la Encíclica Rerum Novarum (1891) del papa León XIII, que es el documento inaugural de la doctrina social de la Iglesia, con críticas por igual al colectivismo y al liberalismo desinteresado de cuestiones sociales. Cien años después, en la Centesimus Annus —que conmemora la anterior— Juan Pablo II escribió a favor de una “sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación”, pero remarcó que el mercado debe ser “controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad”.
La doctrina de la Iglesia, como “tercera vía” de equidistancia entre el Estado y el mercado, suscita escándalo tanto para la izquierda que pretende abolir la propie-dad privada, como para la derecha que la defiende en un uso irrestricto y desinte-resado del bien común. Por eso Donald Trump ha tratado al papa Francisco de “comunista”, pese a que expresiones como las del actual pontífice no difieren en rigor de la tradicional doctrina de la Iglesia según la cual “la propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes”.
La economía “social” que es simultáneamente de “mercado”, propicia lo que se conoce como “principio de subsidiariedad”. La doctrina sostiene que el Estado no ha de tener la iniciativa económica de la sociedad, como ocurre en el “capitalismo de Estado”, propio tanto de los regímenes socialistas como del populismo, pero tampoco se retira como el “Estado gendarme” del liberalismo clásico. La interven-ción estatal está dada para regular las relaciones asimétricas de poder (piénsese, por ejemplo, la relación entre trabajadores y empresas) y para cubrir aquellos as-pectos que, por su naturaleza, no pueden dejarse en manos del sector privado por mediar un interés público y colectivo (educación, salud pública, sistema previsio-nal, programas de desarrollo social).
Uno de los mayores exponentes teóricos de este liberalismo social, por llamarlo de alguna manera, es el filósofo norteamericano John Rawls con su célebre Teoría de la Justicia, que sido una obra basal para la ciencia política y la filosofía del dere-cho de los últimos treinta años. Rawls, sin recurrir a fundamentos de índole religio-sa, siguiendo la tradición del Iluminismo y el contractualismo, logró conciliar dos principios aparentemente antagónicos como la libertad y la igualdad en busca de una “sociedad justa” que reparta con equidad sus bienes.