La decisión de Kraft y nuestro futuro CRISTIAN SALVI El Eco de Tandil, 4 de octubre de 2009 Vista la palmaria ilegalidad de esas conductas, el despido no necesita mayor fundamentación. Sin embargo, es interesante reflexionar sobre una de las razones que la misma compañía remarcó. Kraft Foods tiene un mismo estándar de conducta para la totalidad de sus miembros en los 162 países en los que está presente, abarcando a todos sin igual, desde gerentes a operarios, sea en los Estados Unidos o en un país tercermundista: dejar pasar estos episodios violentos y extorsivos —sostuvo su vocero— significaría traicionar nuestros valores y, en especial, sentar un precedente negativo para los miles y miles de trabajadores que la empresa tiene en todo el mundo. O sea, más que el daño “material” sufrido por los ataques a su planta, lo que Kraft teme es el daño “simbólico” que implicaría transar con los violentos: se transmite el mensaje de que todo medio resulta eficaz, por mas ilícito que sea. El caso comentado resulta un claro ejemplo de que la seguridad jurídica y la necesidad de reglas claras para fomentar la inversión, lejos están de ser abstracciones o sinsentidos. ¿Por qué la compañía tiene que tolerar lo que no tolera en los otros 161 países en los que opera? ¿Qué nos hace “especiales” a nosotros? En fin, piénsese que tan atractivo puede ser un país en el que, además del cercenamiento de exportaciones, los impuestos confiscatorios y tantas otras adversidades, también ha afianzado prácticas atávicas como medios de protesta. ¿Qué ventajas puede encontrar Kraft o cualquier otra compañía para invertir en Argentina? Ese análisis también lo hacen los empresarios locales. Eso explica por qué los argentinos tienen más de 100 mil millones de dólares depositados en el extranjero. No confían en el país, saben que si tienen dinero en el banco, un día puede aparecer otro corralito; que si lo tienen en cajas de seguridad, nada quita que se las abran; y que si deciden montar una empresa, de movida nomás buena parte de los recursos se los lleva el Estado con los trámites (y coimas) de habilitación, que siempre pagará muchos impuestos, que las normas cambian a gusto del gobernante y que, si tan sólo intenta cambiar de función a un empleado, posiblemente venga Pablo Moyano con matones, se le plante en su empresa, prenda gomas y lo amenace hasta que afloje. La lección de Ronald Reagan El vandalismo no lo sufren sólo las multinacionales. Es una práctica que no distingue: en Tandil, por ejemplo, sufrieron esos desmanes empresas grandes como Loimar o Metalúrgica, pero también pequeños comercios e industrias cuyos conflictos no trascendieron porque se rendieron enseguida, allanándose al apriete mafioso para no fundirse. El sindicalismo suele ser tan kamikaze que llega a punto de hacer peligrar a la empresa hasta torcerle el brazo. Con Kraft no será tan fácil: primero, es la multinacional más grande del mundo en su rubro y puede tranquilamente seguir produciendo en otros lados; segundo, tiene el protectorado de la Embajada de EE.UU. que obviamente vela por los inversionistas americanos (lo que no hicieron los Kirchner cuando Chávez expropió los activos de Siderar); y tercero, el Gobierno tendrá un problema mayor si la compañía decide cerrar, porque los que quedarán sin trabajo se contarán por miles. De allí que el Gobierno dejara atrás su tradicional pasividad para casos análogos. Esta reacción de Kraft —que enhorabuena se mantenga inflexible— puede significar un giro copernicano para nuestro futuro. Puede ser el precedente para que otras compañías tengan la misma actitud: con los violentos no se pacta y punto. Sin dudas, su colosal tamaño le permitirá tener una resistencia muchas veces de imposible exigencia para empresarios argentinos. Pero hay algo más que facilita su postura: Kraft proviene de un país donde la ley se cumple y donde hace 28 años su presidente fulminó para siempre las practicas extorsivas del sindicalismo. Vale la pena contarlo: a sólo meses de haber asumido, el 3 de agosto de 1981 Ronald Reagan sufrió la primera huelga y nada menos que por parte de los controladores del tráfico aéreo. Éstos creían tener la contienda ganada de antemano porque no había quienes los suplante: todo el transporte aéreo dependía de ellos. Ese mismo 3 de agosto de 1981, el presidente declaró ilegal a la huelga y conminó a los paristas a regresar al trabajo en 48 horas bajo pena de despedirlos. Llegó el 5 de agosto y Reagan cumplió su amenaza: despidió de un plumazo a los 11.359 controladores aéreos que seguían de paro, aplicándoles, además, una inhabilitación vitalicia para trabajar en el Gobierno Federal. Inmediatamente, ordenó a los militares hacerse cargo de los aeropuertos civiles y ya para el 17 de agosto, la Agencia Federal de Aviación empezó a impartir instrucciones para llenar los puestos vacantes. En semanas, Reagan solucionó el problema y sentando un precedente invalorable: los millones de estadounidenses que viajan en aviones no quedarán presos de la extorsión de unos pocos, dijo.
4.10.09
Democracia joven
Hasta ahora Kraft se ha mantenido firme en su negativa a reincorporar a los trabajadores que días atrás, apoyados por activistas, tomaron la planta de producción, privando de su libertad a operarios y empleados, entre otros hechos vandálicos de gran magnitud, como el uso de bombas Molotov o la quema de gomas que dañaron el predio destinado a producir alimentos.
“Combatiendo al capital”.
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Para una empresa que absorbió esa cultura, la decisión de despedir a los violentos es la única posible. No existe otra alternativa en su “mentalidad”. Después de ver como Reagan se cargó a casi 12 mil controladores aéreos y nunca más nadie intentó imitarlos, parece un chiste que una decena de personas cope una fábrica, la incinere y que todo quede como si nada. A lo mejor, Kraft nos contagia de algunos valores que, como el respeto irrestricto de la ley, fueron la brújula que guió a su país por el camino del éxito, camino del que nosotros hace tiempo nos apartamos..
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