15.3.09

Democracia joven

El reeleccionismo, ¿pertenece a la democracia?

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 1 de marzo de 2009

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Hace dos semanas, Venezuela celebró un referendo cuyo objetivo esencial era decidir sobre la habilitación de la reelección indefinida del presidente. El “Si” se impuso por un 54.85 por ciento contra un 45.14 que se expresó por la negativa.

Con la reforma aprobada, Venezuela abandonó el sistema mayoritario de occidente, que permite la reelección inmediata por una vez, habilitando una nueva postulación recién luego de transcurrido otro periodo. Así es en nuestra Constitución. Otros países, en cambio, son más restrictivos a la media: Chile y Uruguay, por ejemplo, no tienen reelección, debiendo el presidente esperar un periodo para volver a presentarse; en Estados Unidos, por su parte, se permite que alguien sea presidente sólo por dos veces, sean mandatos consecutivos o no.

El reeleccionismo sin límites encuentra fundamento en la siguiente premisa: las constituciones —que son la expresión de la soberanía— no pueden, justamente, estar por encima de la misma soberanía del pueblo—manifestada en el voto— restringiendo su capacidad electiva. Sin embargo, la regla de casi todas las democracias es que las reelecciones están de alguna manera limitadas. ¿Por qué es así entonces? En fin, ¿el reeleccionismo sin límites es la expresión más plena de la democracia o, por el contrario, es el principio del fin de las mismas?

Ensayo de una justificación..
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El citado argumento en favor de la reelección indefinida es teóricamente intachable, pues es verdad que el poder constituyente no es una supra-soberanía que pueda condicionar a las ulteriores expresiones de ese mismo colectivo político. La apelación a la idea de “república”, que tiene entre sus notas la periódica renovación de los cargos, no alcanza para explicar el por qué de la objeción al reeleccionismo, ya que es una invocación meramente descriptiva y, en todo caso, quien se reelige de alguna manera “renueva” su cargo sometiéndose a una revalida electoral.

La reelección indefinida no necesariamente contradice al sistema republicano. Prueba de ello son, en la historia reciente, los casos de Felipe González en España y de Helmut Kohl en Alemania, quienes estuvieron en el poder catorce y dieciséis años, respectivamente, sin que sufran tacha de autoritarios. De manera que el reeleccionismo no es negativo en sí, sino en atención a su funcionalidad.

¿Funcionalidad a qué? A la propia mecánica de la democracia con sus dos valores justificantes, que son la libertad y la igualdad, los cuales deben asegurarse tanto respecto del elector como del candidato. La democracia es, entre otras cosas, la cesión de soberanía en el acto eleccionario; pues bien, para que esa cesión se dé libremente, debe haber una total igualdad tanto en la dimensión activa y como en la pasiva del sufragio, esto es, que el votante elija libremente, sin que nadie vicie su decisión, y que el candidato tenga las mismas posibilidades que sus adversarios para lograr convencer a los electores.

Acá está la diferencia entre una reelección indefinida de Felipe González, por ejemplo, y una de Hugo Chávez. Cuando quien gobierna controla todo —los tres poderes del Estado e incluso factores de poder paraestatales— va de suyo que puede corromper la libertad y la igualdad de los votantes mediante el clientelismo y el abuso de poder en general, a la vez de servirse de los recursos del Estado para quebrar la paridad respecto a sus adversarios. Para resolver esto, las elites oligárquicas decimonónicas recurrían al voto calificado, limitando al elector; por fortuna, las democracias más avanzadas, conscientes de que no serían tales si no votan todas las personas sin distinción, lo que hacen es limitar al que puede ser elegido. En definitiva, se contiene esa suerte de “abuso de posición dominante”, oxigenando la libertad política del mismo modo que la eliminación de los monopolios asegura las libertades económicas.  

Democracia y marginalidad

Hay una clara relación entre clientelismo, corrupción y perpetuación en el poder que amerita limitar las reelecciones, aun aceptando que ello implica condicionar la expresión soberana. Incluso más que en Venezuela —donde por honestidad hay que reconocerle conquistas sociales a Chávez—, algunas regiones de Argentina son casos testigos de la relación inversamente proporcional entre pobreza y alternancia en los cargos electivos. Luego de que San Luís —gobernada por la misma familia desde 1983— la quitara de su Constitución, la reelección sin límites permanece en cuatro provincias: Santa Cruz, Catamarca, La Rioja y Formosa, estando las tres últimas entre las que mayores tasas de pobreza y asistencialismo tienen. En la misma línea se ubica el Conurbano bonaerense, donde también rige la reelección indefinida haciendo de los Municipios más pobres verdaderos feudos, como son los casos de Merlo, Tres de Febrero y Florencio Varela, donde sus intendentes cumplen su quinto período consecutivo.  

En ninguno de esos casos es posible concebir una democracia en su sentido pleno. Lo que hay, en el mejor de los casos y dejando de lado las constantes denuncias de fraude, es una “democracia electoral” que naturalmente dista mucho de los parámetros satisfactorios.

Esta insuficiencia es una tendencia generalizada en todo el subcontinente, como concluyó el completísimo informe de Naciones Unidas del año 2004 titulado “La Democracia en América Latina”. Allí se señaló que si bien es cierto que, con la sola excepción de Cuba, todos los países latinoamericanos consagran un sistema democrático, sin embargo esto en muchos casos ha quedado todavía en un aspecto puramente formal. Mientras persistan las afectaciones al pleno ejercicio de los derechos políticos, tales como la marginalidad y la manipulación informativa por parte de los gobiernos, no parece razonable habilitar una reelección indefinida porque, como lo demuestra la experiencia, quien ya tiene un exorbitante dominio del poder público lo extremará para asegurar su permanencia. Lamentablemente, los venezolanos han decido prescindir de ese anticuerpo de la democracia, la cual hoy, tras el referendo, es sin duda alguna mucho más vulnerable que antes.

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