28.6.08

Democracia joven

La democracia hegemónica-clientelar

CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 29 de junio de 2008.

Cuando los ingleses y otros trazaron las bases de la democracia liberal moderna, en medio de un paradigma similar al utilizado en la economía, se pensó que el elector era un ser racional (como el mítico homo economicus), un sujeto que cuando decidía su voto lo hacía con la diligencia de un buen hombre de la democracia, diríamos, usando, por ejemplo, los mismos criterios electivos que a la hora de hacer una inversión. Sin ánimo de caer en un economicismo, lo cierto es que es bastante lógico esto del “hombre razonable” (reasonable man) anglosajón, porque si alguien es extremadamente diligente en un negocio donde arriesga su fortuna, cuanto más debería serlo en elegir a quienes administrarán la cosa publica, en donde al ciudadano le va la vida.

Este nivel de racionalización, que difícilmente pueda darse de modo absoluto porque los hombres también se guían por pasiones —y eso es normal—, supone toda una serie de presupuestos que hacen a la calidad de la ciudadanía que opera como elemento material y llano de una democracia que debe ser más que la pura forma. Se trata, pues, de un presupuesto de libertad y de racionalidad-razonabilidad de los soberanos, que hace impensable que los más desfavorecidos sigan votando a sus verdugos que los condenaron a la dependencia absoluta quitándole hasta su voluntad política, como sucede con sectores del conurbano que legitiman desde hace 20 años a la misma facción.

Junto a ello, la democracia liberal supone la libre competencia en iguales condiciones de todos los interesados en acceder al poder mediante aquella “elección calculada” del ciudadano libre. Esto genera, cuanto menos, una expectativa de alternancia para suceder al gobierno que sufre el revés de los votantes.

Democracia ideal y democracia real

Nuestra democracia real no reúne acabadamente esos presupuestos de la democracia ideal. En efecto, a la calidad hegemónica —tan bien estudiada por Natalio Botana en su último libro— se le agrega el carácter clientelar que la deteriora aun más. La primera de los notas vicia la libre competencia y la expectativa de alternancia, mientras que el clientelismo arraigado como práctica cotidiana destruye la libre soberanía de un sector importante de los votantes. Por ambos fenómenos Cristina Fernández es Presidente.

La democracia ideal, que, claro está, dista mucho de nuestra realidad, no es una mera utopía por la razón de que ella no es sino el modelo que traza la propia Constitución Nacional. Lo anómalo no es, en definitiva, el modelo constitucional sino el régimen que confunde la sociedad conyugal, el Estado, el Gobierno, el Partido, todo en dos personas. O los miles y miles de personas (sin duda víctimas) que vivan eso, sin saber por qué, y que venden su teóricamente inalienable soberanía por cien pesos, yendo a un acto (o peor, siendo llevados) o sirviendo de grupo de choque. O las prácticas partidarias, a veces mafiosas, a veces clientelares, que llegan a entregar dadivas a quien se afilie, haciéndolo incluso quienes levantan la bandera de la nueva política. O un sindicalismo fundando en el fascismo italiano, verticalista, monopólico, corporativo, cuyo jefe (a su vez, vicepresidente del partido gobernante) decide que todos los trabajadores —a los que representa por una ficción legal— apoyan a un gobierno, homogenizando un colectivo que, es de suponer, pensará distinto que Moyano. O los cortes de rutas como única forma de reclamo efectivo. O la atomización de partidos que hacen ilusoria la libre competencia por el voto de los ciudadanos. O las “democracias de las asambleas” y todas sus congéneres que pretenden sustituir al Congreso. O las carpas circenses en las plazas presionando de un lado y del otro a los legisladores.

Las oportunidades bienales de la democracia

Cuando es tan pronunciado el divorcio de la dimensión real respecto a la ideal, es común que, por sensación impotencia, haya una inclinación a la pasividad conformista y, en todo caso, a destinar las energías disponibles a la “salvación individual”. Es una actitud, al fin, de desesperanza porque el panorama desde esa óptica es desolador.

Sin embargo, otra actitud es posible y ella se adecua al optimismo antropológico que trasunta la democracia liberal: la fe en el individuo (generalmente asociado con otros) como motor de cambio. Contra la verticalismo que aguarda la solución mesiánica del poderoso, esta es una mirada horizontal de la democracia que supone, por un lado, que el cambio sí puede producirse desde la participación y el involucramiento llano, máxime porque es difícil que quienes gobiernan modifiquen un statu quo que claramente los beneficia: se trata de una esperanza, pero realista. A su vez, como la democracia da chances de optar cada dos años, el sistema, afortunadamente, permite que en poco tiempo ese motor de cambio, generando en la dimensión sociológica de la política, pronto de institucionalice y alcance el anhelo de cuanto menos atenuar la bifurcación del presente.

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13.6.08

Democracia joven

Bernardo Neustadt, el que ayudó a pensar

CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 15 de Junio de 2008

Se fue el periodista más influyente de la historia del periodismo argentino. ¿Polémico? Si, tanto como talentoso e innovador, un periodista que fundó una escuela, creando y recreando formatos. Como nadie, logró ser exitoso en la gráfica, en la radio —mentor de los actuales programas de la “primera mañana” donde, partir de él, la política domina la escena— y en la televisión, cuyo su superclásico Tiempo Nuevo hizo por tres décadas debatir al país teniendo tanto rating como Tinelli hoy, aunque algo más pensante. Orador estupendo, con un carisma extraordinario, el nombre de Bernardo Neustadt quedará asociado indefectiblemente a la innovación periodística.

Setenta años de periodismo
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Quiso ser periodista a los 13 años, y lo fue por 70. Jorge Fernández Díaz en “Bernardo Neustadt, el hombre que se inventó a si mismo” narra la noche en que Bernardo, frente a su padre, debió decidir entre ser periodista o seguir viviendo en su casa: “—Usted no necesita trabajar. Y menos en periodismo, que es pura bohemia. A mí me alcanza con que estudie. —Pero puedo hacer las dos cosas… Trató de ser más persuasivo que nunca, intuyó que no serviría de nada. —Va a tener que elegir: o vive en su casa o trabaja en ese diario. Parpadeó sin entender, intentó el último de sus recursos. —¿No puedo contestar mañana?No, me tiene que contestar ahora. Era como optar entre las brasas y el fuego. —Yo quiero hacer periodismo, papá. Entiéndame, por favor. (…) —Lo entiendo. Prepare sus cosas y mándese a mudar. Ya mismo”.
Así, en el diario El Mundo cubriendo partidos de fútbol, comenzaba su vocación periodística que se extendería por siete décadas. Lo demás es harto conocido: una carrera sin precedentes. Murió justo el día del periodista.
En los últimos años escribía en Ámbito Financiero y en su blog. Estaba enconado con los Kirchner. Mantenía sus ironías: “Los Kirchner hablan de austeridad y usan los aviones como remises, hasta para hacer mandados. Néstor usa una lapicera Bic y gasta 3 mil dólares por día para ir a dormir la siesta a Olivos en helicóptero. Y la señora, que usa Rolex y carteras Louis Vuitton, gastó 100 mil dólares por día en su gira por el exterior como Primera Dama. ¿Y los pobres?”. En su última columna escribió: “Con una «PresidenTA ausente», que en cada conflicto, al día siguiente viaja a Madrid, a París, y ahora a Roma y tal vez está de duelo porque murió Yves Saint Laurent. ¿Doña Rosa, no conoce algún diseñador de materia gris para recomendar?”. Impecable.
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Fundador de una escuela
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Lo digan o no, desde Mariano Grondona, Rolando Hanglin, Carlos Ulanovsky, Rodolfo Terragno, Pepe Eliaschev, Pinky, Clara Mariño, Daniel Hadad y Marcelo Longobardi, hasta Miguel Bonasso y Horacio Verbitsky, como decenas de periodistas más, pasaron por su escuela. Las críticas, algunas justas y otras de envida —porque en Argentina el exitoso suele ser un hereje—, son algo natural para quien llega a su nivel: un proverbio dice que a los clavos que asoman la cabeza, es más fácil que les pegue el golpe del martillazo. De los mediocres nadie habla, ni para bien ni para mal.
Se le criticó su relación con el poder, especialmente con el gobierno de Carlos Menem (que ganó más una elección, y no era Neustadt el único que votaba). Su mayor error —según él mismo reconoció— fue acercarse demasiado a un gobierno que predicó un liberalismo económico que no era tal, un gobierno que a pesar de las reformas era populista. Pero no se escuchan críticas a los periodistas Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso, por ejemplo, que ofician prácticamente de asesores de los Kirchner y que no condenaron jamás la dictadura cincuentenaria de Fidel Castro. Recordémoslo: el primero es columnista del boletín oficial Página/12, y el segundo directamente es diputado alineado al oficialismo. Es como que si alguien es de izquierda, tiene inmunidad diga lo que diga; pero si es de derecha, está condenado. Algo similar que con Bernardo pasa con Mariano Grondona, cuando objetivamente es el periodista con más caudal intelectual por lejos, superando con creces a sus detractores. Es el país del maniqueísmo.
Las relaciones entre el periodismo y el poder son todo un tema, es cierto, como la de los intelectuales y la política. Pero hubo gente que apoyó cosas peores y nadie podrá empero cuestionar su talento. Maquiavelo escribió con admiración al papa Alejandro VI y a su hijo César Borgia, y Hegel lo hizo para Federico de Prusia, que lo protegía. A Heidegger no se le perdona su rectorado en Friburgo y su supuesta filiación con el régimen nazi. Althusser y Sartre vitorearon el comunismo soviético. Borges pensaba que la democracia es un abuso de las estadísticas. ¡Pero quien puede dudar del genio de todos ellos! Se puede admirar a alguien sin coincidir con sus ideas, y eso es una actitud de grandeza a la vez que de realismo porque nadie es blanco o negro, totalmente angélico o totalmente demoníaco, todos somos humanos, somos grises, con luces y sombras.
Bernardo Neustadt quiso que en su epitafio rezara la frase: “Aquí yace un periodista que ayudó a pensar”. Puede descasar tranquilo porque lo logró, coincidamos o no con él. Y que nos haya hecho pensar —aunque sea para refutarlo— hace que merezca nuestro reconocimiento.

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3.6.08

Democracia joven

La enorme riqueza no explotada


CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 1° de Junio de 2008.

La excelente película Diamante de Sangre (2006), protagonizada por Leonardo Di Caprio, muestra el escenario de muchos países africanos que viven en guerra civil constante para ver quien se queda con el control de los recursos naturales. El film narra el caso de Sierra Leona y la disputa por los diamantes, en medio de una pobreza que termina de confirmar la tesis de que aun teniendo recursos naturales de sobra, un país puede ser el mayor de los indigentes. Algunos han hecho referencia a que habría una suerte de “maldición de los recursos naturales”, que hace que las elites dominantes de un país poseedor de riqueza material sólo piensen en disputársela mientras que ello actúa como alienante para crear nuevos modelos que logren mejores condiciones de vida para la totalidad de la población, siendo África y América Latina casos testigos de tal afirmación.

Cierto es que este escenario no es el de Argentina, pero una lección nos da: seguimos peleándonos por los recursos naturales sin que verdaderamente los argentinos aunemos las voluntades para crear nuevas riquezas, aquella que ha sido la determinante del desarrollo de las naciones. No es desatinado decir que Argentina tiene el mismo modelo agroexportador que hace ochenta años (cuando se considera se agotó), habiendo fracasado en los diversos intentos de una industrialización masiva, mientras que hoy, junto con otras disputas, vuelve a aflorar la vieja (y falaz) antinomia de si se debe priorizar a la industria o al campo.

Las dos riquezas

Los recursos naturales son una riqueza que puede llamarse “estática” en tanto que, a pesar de que mediante la técnicas de cultivo se maximiza la producción, tienen un límite físico de generación. Por eso los economistas clásicos decían que la “tierra” es un bien limitado.

Las últimas dos décadas, es verdad, han mostrado que fallaron los pronósticos de que las materias primas tenían una tendencia a la baja en los precios respecto a los bienes industriales, esa máxima conocida como el “deterioro en los términos de intercambio” que sostenía que cada vez necesitaríamos más materias primas para solventar las divisas que insumía adquirir los bienes producidos por los países desarrollados.

Pero aun así hoy sigue habiendo un notorio deterioro en el intercambio, y la explotación de los recursos naturales no ha dado signos (por lo menos por sí misma) de ser una carta asegurada para el desarrollo. Los países que llegaron a ese estado carecen de recursos naturales y su riqueza es, al contrario, “inmaterial”. Japón, por ejemplo, es un archipiélago relativamente pequeño, lleno de volcanes, alejado del centro del mundo, superpoblado, y sin embargo está entre las cinco mayores economías del mundo. Finlandia tiene una increíble adversidad climática (a punto que pasan meses sin ver el sol) y empero encabeza los índices de desarrollo humano. Los ejemplos siguen: Dinamarca, Suecia, Noruega, en fin, casi toda Europa.

Pero en Japón están los japoneses. Es que el desarrollo de un país —como escribió Lawrence Harrison justamente refiriéndose a Latinoamérica— está en la mente de los ciudadanos, y no estrictamente en los favores de la naturaleza, máxime en la era post-industrial. A título ejemplificativo, piénsese nomás que la marca “Google” vale US$ 86.000 millones y Microsoft, una empresa de “software” (de lo inmaterial), más de US$ 500.000 millones. ¿A cuantas hectáreas de campo equivalen?

¿Lo dicho significa despreciar los recursos naturales? Desde luego que no. Se trata, por el contrario, de aprovecharlos, pero que ello no sea un entretenimiento al estilo del “rico cómodo” que nos haga creer que podemos prescindir de generar nuevas riquezas. El país asiste al espectáculo de cómo un Gobierno exprime a más no poder la riqueza que “hay” aumentando retenciones, pero ¿cuándo nos ocuparemos de la riqueza del “porvenir”? Entre esta riqueza y el campo, no debe haber una relación de oposición —como entienden algunos queriendo aplastar al único sector verdaderamente competitivo de Argentina— sino una relación de coadyuvancia, cuyo máximo ejemplo es la agroindustria en ciernes.

Los talentos hacen la diferencia

Días atrás, el periodista Andrés Oppenheimer le preguntó a Bill Gates si él hubiera sido quien es de haber nacido en Paraguay. Sin corrección política alguna, el fundador de Microsoft dijo que no, porque sólo un país como Estados Unidos permite que alguien sin venir de una familia acomodada empero, por los talentos que tiene, pueda ascender socialmente hasta llegar a la cima, como es su caso y el de muchos más.

Pero Argentina (adonde también los europeos venían a “hacer la América”) no es Paraguay, sino que aun conserva un reservorio de potencialidades que la distinguen en el subcontinente. Nosotros sí podemos llegar alto. La clave explotar esas riquezas potenciales que este país tiene, verbigracia el nivel de las universidades para que Argentina tenga sus Bill Gates que generen miles de millones en patentes por sus revolucionarios inventos. El recuerdo de Milstein, de Houssay, de Favaloro y de muchos héroes ignotos es lo que nos alienta. Ahí está la riqueza diferencial.

Una apostilla como apéndice: valga la metáfora, pero la cantidad de chicos de las villas —premios Nobel en potencia, ¿por qué no?— que no pueden acceder al sistema educativo, es un desperdicio de riqueza mayor a que si grandes latifundios permanecieran sin cultivar. Ahí también está la riqueza diferencial.

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Democracia joven

¿El comienzo del fin de la era Kirchner?


CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 18 de Mayo de 2008.


Estamos en el equivalente a 1987 o a 1997: en ambos casos, los respectivos Gobiernos (el de Alfonsín y el de Menem, respectivamente) comenzaron a declinar, en una pendiente cuyo nadir fueron las elecciones siguientes en las que perdieron. Este cambio se manifiesta en la falta de la imposición de la “agenda” —política y mediática—, o sea cuando el Gobierno pierde el timón de los acontecimientos, que son trazados más bien por sus adversarios.

Las consecuencias históricas de un presente de cambio no suele ser percibido con total nitidez, pero —y sin perjuicio que nada de esto es una ciencia exacta— en unos años podremos confirmar la hipótesis de que en marzo de 2008 comenzó el inicio del fin de la hegemónica era Kirchner. Fue en este mes otoñal donde se conformaron los polos de resistencia al poder oficial, lo que implica un cambio total de escenario respecto al primaveral octubre de los Kirchner: (a) el sector agropecuario unido, como no antes; (b) las primeras críticas de las clases baja y media-baja —las principales perjudicadas por la inflación—, que se suma a la clase media-alta que no votó a Cristina; (c) fricciones en la coalición oficial ante la necesidad de responder a sus votantes inmediatos, otrora unida para poder colgarse de la boleta de la candidata presidencial; y —sin agotar los reveces— (d) la rebelión de los medios mostrando los graves hechos de corrupción (que siempre estuvieron), medios que hasta hace poco presentaban una Argentina maravillosa, como el omnipresente Grupo Clarín que cotidianamente es atacado por el Gobierno. Justas son la críticas de los Kirchner de que a Clarín quizá le importa más hacer negocios que periodismo, pero antes pactaron con ellos; y ahora, como Menem en los ’90, se alían con Daniel Hadad para hacerles fuerza, quien también es acusado de mercenario. No es esa la vía, como tampoco fomenta la libertad de expresión haber degradado a la agencia TELAM o querer disciplinar a los medios con el reparto discrecional de la publicidad oficial, por ejemplo premiando a diarios obsecuentes como Página/12 y castigando a los críticos como Perfil.

Era de esperarse, pero no tan rápido

Lo llamativo del presente es que, a diferencia de los dos casos citados el inicio, la pendiente negativa no se suscita por perder las elecciones intermedias, que hace que el Gobierno reduzca sus mayorías parlamentarias y necesite negociar con la oposición, sino que el escenario desfavorable sucede a cuatro meses en los que el (¿nuevo?) Gobierno (re)asumió, luego de una ventaja amplísima en las urnas.

Maquiavelo escribió que en apariencia “es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores”, pero advirtió: “La dificultad estriba en que los hombres cambian con gusto de Señor, creyendo mejorar; (…) en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado”. Después de la decepción por acostumbramiento viene el rechazo, y a ello contribuye esta máxima de la experiencia: las segundas versiones suelen ser peores que las primeras, y a veces patéticas. Si Menem se hubiera retirado en 1995, hoy sólo hablaríamos de todos los aciertos que sin duda logró en su gobierno, pero por el afán de seguir, embriagado por el poder, su carrera política terminó lastimosamente perdiendo las elecciones para la Gobernación de La Rioja. Con los Kirchner, de insistir en su mecánica de poder, pasará lo mismo: hasta los estadistas de verdad tuvieron su Waterloo.

Como era de esperar, Cristina, que no puede echarle la culpa a la herencia recibida, sin embargo está pagando los errores que cometió su marido. El desgaste, entonces, obedece a que todo se percibe tal como es: una continuación de un Gobierno que lleva exactamente cinco años. Y el adelantamiento de ese desgaste se explica en que el estilo Kirchner es avasallante, destila odio, es difícil no reaccionar alguna vez. Funcionó al principio, cuando los adversarios estaban desunidos e incluso se toleraba con el afán de reconstruir una autoridad presidencial que venía del desgobierno de 2001-2, pero hoy causa hartazgo, indigna.

En búsqueda del equilibrio

Los adversarios del Gobierno ahora lo saben: en términos reales, el poder está más diseminado, no se puede someter a todos todo el tiempo. Argentina no es Santa Cruz. Por eso lo novedoso y digno del campo radica que ellos marcaron punta animándosele a los Kirchner. Ahora, sabiendo que al fin nada es trágico, muchos harán lo mismo.

Lo deseable no es que el Gobierno se debilite y se llegue a un estado de ingobernabilidad. Esto último hoy es impensable porque, a diferencia de De la Rúa, los Kirchner tienen mayoría en el Congreso, la adhesión de los Gobernadores y de los sindicatos y, sobre todo, hay una situación económica totalmente opuesta a la del año 2001. Pero ojo, la economía una vez más es la que dirime todo: será ella y no las adhesiones corporativas la que definan en futuro de los Kirchner.

En un República ordenada todo tiende al equilibrio, de manera que esta crisis es una gran oportunidad para contrabalancear el poder, y harían bien los Kirchner en entender que el límite es saludable para ellos mismos pues de ese modo se les evita terminar como sus predecesores.

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