26.2.11

Democracia joven

Razones para la "continuidad del modelo"

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 13 de febrero de 2011

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El diario Página/12, los programas de Diego Gvirts (TVR y 6,7,8), los de Sergio Spolski (Veintitrés, El Argentino, Tiempo Argentino) y otros medios que sobreviven financieramente de la publicidad oficial operan con adulación respecto al Gobierno construyendo un “relato” oficial de la realidad. Ese relato es artificial porque, desde esa óptica, el kirchnerismo no conoce defectos. La versión ideal que aporta el relato propagandístico —aun camuflado en un formato periodístico como un diario o un programa informativo de TV— no puede tenerse en cuenta como descriptivo de la realidad por ser justamente eso, mera propaganda, dirigida no a informar sino a manipular al receptor. Lo dicho, de todos modos, no significa que esos medios no tengan una función útil (incluso éticamente justificada) de operar contracíclicamente frente a los que, por el contrario, presentan al oficialismo como el mal absoluto, practicando así una manipulación idéntica a los hiperoficialistas, solo que de manera invertida.

Ahora bien, entre las dos versiones maniqueas en pro y en contra del oficialismo hay una realidad que consiste en el “modelo” kirchnerista cuya continuación se plebiscitará en las próximas elecciones presidenciales de octubre. Hoy las mediciones marcan que el kirchnerismo ganaría la primera vuelta y, posiblemente, también el ballotage habida cuenta la distancia que tiene Cristina con el segundo en intención de votos.

¿Por qué esto es así? De forma más precisa: ¿todos los posibles votantes de Cristina están, acaso, influenciados por la propaganda mencionada al inicio? ¿Es sostenible esta hipótesis?

Cuando un gobierno cuenta con el favor electoral pero es criticado por los sectores que forman la opinión pública (medios dominantes) y carece del aval de las corporaciones más poderosas, surgen las hipótesis descalificativas como sostener que existe un electorado cautivo por la propaganda, la dádiva, el clientelismo o cualquier otro elemento de sujeción. Si ese pensamiento se radicaliza, el oponente llega a atacar al sistema mismo bajo la idea de que cuando el electorado (el “pueblo”) está cautivo, no existe democracia. En el siglo pasado hubo dos casos paradigmáticos donde los adversarios políticos del oficialismo, al no poder ganarle en las urnas, sustituyeron el modelo democrático: primero con Yrigoyen en 1930 y luego con Perón en 1955.

En esos dos casos, los opositores prefirieron la “solución” de un golpe y la consecuente proscripción a procurar convencer al electorado de que ellos representan una opción mejor que el oficialismo. Como hoy un golpe es imposible solo queda una vía: competir con ideas y propuestas frente a un electorado que si bien no tiene la racionalidad que le atribuyeron los teóricos de la democracia ilustrada lejos está de ser cautivo. Y en ese escenario el oficialismo corre con una ventaja expresada en la conocida frase de Perón: “No es que nosotros seamos buenos sino que los que vinieron atrás fueron peores”.

Entre los inexpertos, los caciques y “el hijo de Alfonsín”

Repasemos, pues, las alternativas al kirchnerismo, que pueden dividirse entre tres grandes grupos. Por un lado, los candidatos “morales”, con un discurso atractivo aunque roza la utopía. Suenan lindo pero pocos le confiarían el poder por su inexperiencia en la gestión, como Pino Solanas y demás integrantes de la izquierda declamativa. Representan lo que fue Chacho Álvarez diez años atrás, quien se la pasó años explicando qué hacer pero, cuando llegó al poder, en el primer cimbronazo huyó. Contra ese moralismo ineficiente, el kirchnerismo logra capitalizar el inconfesado “roban pero hacen” que buena parte de la sociedad argentina acepta.

Luego, están los caciques, peronistas y no peronistas, como Macri y Carrió. Salvo ésta última, todos tienen experiencia de gestión ejecutiva. Pero están dispersos, sus espacios son minúsculos y, por lo que se ve, ninguno aceptará construir un frente común si no lo lidera. Así se repetirá entre ellos la fragmentación electoral de 2003 y 2007. Por el contrario, el kirchnerismo, si bien genéticamente heterogéneo, logra encolumnarse bajo la figura ya mitificada de Néstor Kirchner dando hacia afuera signos de unidad.

Por su parte, el perfil hacedor del kirchnerismo es contrastado con sus adversarios radicales, tachados con un argumento histórico de peso aunque resulte una mera proyección del pasado. Pero lo cierto es que en la conciencia colectiva es difícil no asociar al radicalismo con la incapacidad de ejercer el poder y el abandono del gobierno antes de tiempo dejando al país en caos (experiencia relativamente reciente con Alfonsín y De la Rúa y más lejana, pero también presente, con gobiernos débiles anteriores, como el de Illia). Tienen, además, la peor combinación posible en la ecuación entre ética y eficiencia: si los moralistas no roban ni hacen y los caciques roban pero hacen, los radicales roban y no hacen, ello aun cuando la ineficiencia haya velado la corrupción existente en sus gobiernos (recuérdese sin embargo que De la Rúa precipitó su caída por actos de corrupción como las coimas en el senado y el sobreprecio en la obra pública).

A su vez, si se critica al kirchnerismo de hacer de la muerte de Néstor Kirchner un acto de campaña que sirvió como ocasión de relanzamiento, lo mismo cabe decir del “hijo de Alfonsín”, tal como se conocía a Ricardo hasta la muerte de su padre cuando adquirió un protagonismo que antes no tenía. En otros términos, del mismo modo que sin la muerte de Néstor Kirchner no hubiera sido imaginable una victoria del kirchnerismo en octubre de este año, tampoco sin la muerte de Raúl Alfonsín hubiera aparecido su hijo Ricardo como precandidato con posibilidades de victoria. En fin, los dos candidatos radicales más instalados nacieron como tales a partir de hechos negativos: Cobos, de la traición; Alfonsín, de la muerte de su padre. Dos hechos negativos han esperanzado a un partido que experimentaba la decadencia al punto de que en su última elección presidencial con candidato propio sacó apenas el tres por ciento de los votos.