El primer desafío poskirchnerista CRISTIAN SALVI El Eco de Tandil, 6 de noviembre de 2010 Con Menem y Duhalde sucede otro tanto. Respecto al primero, ¿cuántos reconocen todo lo bueno que tuvo su gobierno a pesar de los casos de corrupción y otros aspectos negativos igualmente existentes? La reconstrucción del presidencialismo y la continuidad institucional, la privatización de las empresas públicas obsoletas y deficitarias, la apertura de la relaciones diplomáticas y económicas. Duhalde, por su parte, fue un autentico estadista cuando aceptó presidir el país en su peor crisis y logró integrar el gobierno a su sucesor con la democracia y la economía reconducidas. Esa obra, sin embargo, suele relativizarse.
La idea fuerza de Kirchner
En columna titulada “El triunfo cultural de Kirchner”, Jorge Fontevecchia escribió el jueves 28 de octubre en el diario Perfil que si bien el ex presidente fue más revolucionario en lo declamativo que en lo real, sin embargo al menos tres de las ideas que promovió quedarán probablemente instaladas para siempre. Esas tres ideas fuerza son el enjuiciamiento de los ex represores, la redistribución de la renta y desconcentración de los medios de comunicación. Ninguna está plenamente acabada pero aún así —dice Fontevecchia— será difícil volver atrás y, en este sentido, siempre es mejor un triunfo cultural que uno material si éste carece de arraigo social.
Se podría ir más allá y sostener que la herencia cultural de Kirchner es haber enfrentado al núcleo de las corporaciones que reiteradamente condicionaron a la democracia. La historia argentina de todo el siglo pasado estuvo debatida entre una ola democrática y su contra-ola de minorías corporativas que procuraron imponer, por la fuerza o por lobby, lo que no lograban a través de las urnas. Esa dialéctica explica la secuencia cíclica de gobiernos democráticos y golpes de estado a partir de 1930 y hasta 1983.
Fueron muchas las medidas promovidas por Kirchner hirieron la influencia corporativa que casi siempre terminaba por imponerse. Entre ellas se encuentran, por citar tres casos, la desafectación la protección de impunidad lograda por los militares a fines de los años 80’; la sanción de un nuevo régimen de medios cuyo debate había sido minado por la corporación mediática en todos los gobiernos anteriores y la aprobación del matrimonio homosexual contra el oposición conservadora y eclesiástica. Esas medidas tienen alta significación por cuanto afectaron a tres de los cuatro núcleos duros que sostuvieron el poder no democrático en el periodo 1930-83. El restante núcleo, que sería el poder económico, fue enfrentado más en la retorica que en otra cosa. De allí que el sector más radical del kirchnerismo proponga avanzar sin anestesia reformando el sistema financiero y otras leyes económicas fundamentales
Todas menos una
Hubo una corporación que quedó intacta. Nos referimos a la CGT, a la que Kirchner no sólo no enfrentó sino que dejó crecer apoyándose en ella como uno de los núcleos sostenedores del proyecto. El resultado es bien conocido: hoy se atribuye a Hugo Moyano la garantía de gobernabilidad del gobierno actual y, sobre todo, del que pueda surgir de las próximas elecciones. Adviértase bien: esa suposición implica aceptar que el líder de la CGT tiene una suerte de veto a la soberanía democrática por cuanto un gobierno surgido del voto popular debe pactar con él para asegurarse gobernabilidad. Es algo gravísimo porque supone una instancia de validación superior al voto, inadmisible en una democracia.
Días atrás se criticó a Mariano Grondona porque llamó fascista al modelo sindical que encarna Moyano. No obstante, dicha calificación, aunque suene injuriosa, es acertada en términos descriptivos y basta lo dicho en el párrafo anterior: se trata de un liderazgo corporativo que, aun ajeno a la democracia formal, es beneficiario de una representación legal de los trabajadores que en la realidad es cuanto menos dudosa.
Esas y otras ambivalencias hacen prematura cualquier conclusión sobre Néstor Kirchner. Una interpretación sostiene que ante una multiplicidad de adversarios, Kirchner evitó dar peleas simultáneas y por eso toleraba a Moyano, pero que esa disputa tarde o temprano se habría desatado al compartir ambos la misma ambición. Son conjeturas. Lo único seguro es que la desarticulación de las matrices corporativas que han atravesado el último medio siglo no está completo sin democratizar al sindicalismo. Ese es, al fin, el desafío democratizador del poskirchnerismo.