Reacciones bobas contra la inseguridad CRISTIAN SALVI El Eco de Tandil, 12 de septiembre Supongamos que, como se pusieron de “moda” los asaltos con “motochorros”, comiencen a sucederse robos con patines tipo rollers —ya ha pasado— por tener éstos alta versatilidad para escabullirse. La lógica ensayada dispondrá prohibir el uso de patines en el microcentro. Y así puede pasar con cualquier otro instrumento. ¿Existe acaso un límite de “ampliación prohibitiva”, habida cuenta casi todo puede ser idóneo para delinquir? En esa misma línea de reacción alarmista, la Cámara de Diputados dio el miércoles media sanción a un proyecto de ley para atacar las salideras bancarias, concretamente, casos como el que fue víctima Carolina Píparo. El proyecto es poco innovador. Básicamente exige que los bancos cuenten “con un sistema de protección con suficiente nivel de reserva, que impida la observación de terceros”, obliga a instalar inhibidores de celulares y otras medidas por el estilo. Puras obviedades. Lo importante era mostrar una clase política preocupada, activa, dispuesta a tomar medidas inmediatas para combatir el delito. Alarmismo y demagogia Se advierte una misma lógica en todas las medidas contra la inseguridad. Siempre existe un caso conmocionarte que opera de disparador. Semana a semana hay una nueva monomanía mediática: asalto a ancianos, mafia china, violador serial de tal zona, motochorros, menores que delinquen, salideras bancarias, conductores ebrios o corriendo picadas, secuestros exprés, robos en cajeros automáticos. Tras ello, viene la reacción estatal: aumentar la punición cuando las victimas sean ancianos, endurecer normas de inmigración, castrar a violadores, bajar edad de inimputabilidad, multiplicar las penas del Código Penal, etcétera. Finalmente, la agenda mediática cambia, “desaparecen” los asaltos a ancianos o los secuestros exprés, y una nueva monomanía concentra toda la criminalidad existente. La nueva etiología del crimen será, por ejemplo, la “mafia de los trapitos”. Los “trapitos” son los nuevos enemigos públicos. Todo crimen existente les pertenece. ¡Prohibámoslos ya! El ciclo se reinicia hasta el infinito, mejor dicho, hasta agotar los enemigos posibles, con lo cual en algún momento “renacen” los secuestros exprés, los motochorros o cualquiera de los otros males dejados atrás. Así funciona. La lógica del alarmismo y de la reacción boba de los gobiernos excede por mucho al fenómeno delictivo. Tomemos dos casos paradigmáticos. Primer caso: recuérdese el delirio colectivo que generó la “peste” de la gripe A. Se agotaron los stocks de alcohol en gel, barbijos, antigripales, suspensión de clases, Crónica TV incorporando un cartel junto al de la temperatura que contaba los “casos”, en fin, un escenario de alarma social mientras que al invierno siguiente, nada. Segundo caso: tragedias en boliches como la ocurrida en Buenos Aires el jueves pasado. Luego de Cromagnon se lanzaron un sinnúmero de medidas “preventivas”, algunas razonables pero otras directamente estúpidas, como la que disponía que en las discotecas se permita el ingreso máximo de gente a razón de una persona por metro cuadrado o la proposición de Aníbal Ibarra de que en los recitales de rock el público esté sentado, cuan si fuera una ópera. Los gobiernos promueven esas medidas ampulosas para calmar las demandas sociales. Demandas que en rigor no serán nunca satisfechas por la inidoneidad de aquellas. Pero las promueven igual, aun a sabiendas de que no sirven para nada y que no se cumplirán por ser “normas de escritorio”, de puro espectáculo, sin asiento alguno en la realidad. Allí nace la demagogia. ¿Quién dijo que “la gente” siempre tienen razón? Además, ¿quién es la “gente”? Eso que se llama “la gente” es una ficción. Es el legítimamente discursivo —generalmente mediático— para imponer temas, similar a apelación al “pueblo” que hacen los políticos populistas. Una explicación posible de por qué no se filtran los deseos irracionales de “la gente” es que la dirigencia gubernamental pretende con ello callar otros reclamos de ineficiencia. Como no pueden solucionar ellos la inseguridad, pues bien, que decida “la gente”. De allí que no puedan decir sin medias tintas que existen imponderables que no pueden prevenirse. Si una construcción tiene vicios internos y se derrumba, es un accidente o, en todo caso, será algo imputable al constructor, pero nada tiene que ver con la habilitación estatal: el boliche porteño se hubiera derrumbado esté habilitado como discoteca o como restorán. Da igual. Lo mismo en cuanto a ciertos hechos delictivos. No hay prevención posible contra un inadaptado que tiene un arma y decide matar al boleo para robar. La crítica puede surgir después si no se lo atrapa y condena. Pero no respecto a la prevención total, como garantía de que nunca sucederá. Es un imponderable. ¿Cómo prevenirlo? ¿Acaso imitando al “panóptico” de Bentham, con policías y cámaras de seguridad en cada esquina que nos vigilen y controlen a todos? Pruebas al canto de cuan efectivas son esas esas soluciones “totales”.. (código)
12.9.10
Democracia joven
En la Ciudad de Buenos Aires encontraron una solución bien compleja para solucionar el fenómeno de los “motochorros”, neologismo con el que conoce a los autores de robos que huyen en motocicleta. ¿Cuál fue esa compleja y elaborada solución? Prohibieron la circulación de motos con acompañante en el microcentro durante el horario bancario.