Disputas bajo la ficción de neutralidad CRISTIAN SALVI El Eco de Tandil, 25 de abril de 2010 La reputada persecución a periodistas no parece tan lineal como se la presenta. Inicialmente, cabe distinguir los escraches de las diversas críticas que algunos periodistas próximos al gobierno dirigen a sus colegas contrarios. Lo primero es un método antidemocrático que algunos bien califican de nazi recordando que esa metodología era allí práctica común de grupos paramilitares para identificar a los “enemigos del pueblo” (judíos, gitanos), por ejemplo, marcando con signos sus casas o vestimentas. La propia escenografía del escrache da cuenta de su irracionalidad. Sin embargo, la crítica de periodistas oficialistas a sus colegas tenidos como opositores no se enmarca en lo anterior. Proscribir aquello que despectivamente llaman “periodismo de periodistas”, además de un corporativismo que deja entrever cierta autopercepción de linaje privilegiado, contraría la libre circulación de ideas que a la par se invoca para denunciar la persecución del gobierno. La crítica a periodistas o a determinados medios no puede per se calificarse como un ataque a la libertad de prensa. Sería un juicio tan absurdo como calificar de ataque a la democracia a toda crítica dirigida al gobierno, tal como suele hacer el oficialismo con el tan usado adjetivo de “golpista”.
Tras los clichés, vale preguntarse ¿independiente o dependiente de qué, al fin, es o debe ser el periodismo? ¿Sólo cabe usar la calificación considerando la relación con el gobierno o conviene también incluir a otros factores de poder? Es obvio que los periodistas de Canal 7 “tiran” para el gobierno. Pero tanto —es de suponer— como los de América y El Cronista lo hacen para su propietario Francisco De Narváez o los medios del Grupo Clarín para los intereses de sus dueños (incluido el tema de los hijos de Herrera de Noble).
Asimismo, la dependencia/independencia debe comprender la dimensión económica. El diario Página/12 es un verdadero panfleto oficialista que dejó muy atrás el proyecto inicial de su fundador Jorge Lanata. El sometimiento es prostibulario: sin la publicidad oficial y otros subsidios encubiertos, ese diario no puede sobrevivir. ¿Qué medio, sin embargo, puede reivindicarse como económicamente independiente? En más o en menos, cualquier medio pensaría dos veces antes de ir contra el anunciante del que depende, autocensura que en poco se diferencia con la de los periodistas obsecuentes con el gobierno. Pocos tienen la valiente honestidad de Nelson Castro, quien en su ciclo en TN explícitamente apoyó la allí demonizada Ley de Medios, como tiempo atrás en su programa radial había abordado sin reparos los casos de corrupción con la obra pública que involucraban a Electroingeniería, cuando esa empresa filokirchnerista acababa de adquirir Radio Del Plata.
En fin, se advierte la dificultad de predicar de alguien una real independencia. A lo mejor es un mero anhelo inverificable. Y quizá lo mismo quepa decir de la objetividad, otra cualidad ponderada sin demasiada racionalización. El viernes en La Nación, Joaquín Morales Solá criticaba lo que considera la tesis del gobierno respecto a los medios: “El periodismo debería limitarse a ser un transportador de informaciones asépticas… Eso es lo que proponen. En castellano simple y directo: lo que buscan es un periodismo pasteurizado, integrado por mecanógrafos o relatores que deberían limitarse a contar una realidad compleja, impetuosa y cambiante”.
Es cierto: la realidad no es contada de forma aséptica. El relato no es la realidad sino después de la subjetivización de su intérprete. Todo relato está tamizado. Tiene razón Morales Solá. Pero ello es admitir que la objetividad no existe.
La falta de objetividad, aunque no puede asemejarse a la mentira, en los hechos cumple su misma función distorsiva. Tomemos como ejemplo un episodio a esta altura ya consumado. El 25 de febrero pasado todos los medios recogían una misma noticia. Los títulos, sin embargo, eran distintos en todos los casos, arrimando esa misma realidad a su interés. Ninguno mentía. Tan solo enfocaban el aspecto que les resultaba de su interés. Clarín: “La Cámara mantiene el bloqueo de las reservas y elevó el caso a la Corte”. Página/12: “La Corte Suprema decidirá sobre el uso de las reservas del Banco Central”. Perfil.com: “La Cámara rechazó el uso de reservas”. Se advierte como los próximos al gobierno enfatizaban que la Corte decidiría sin decir por qué (o sea, que había sido rechazada la apelación); los otros, en cambio, remarcaban más el rechazo que la instancia revisora ante la Corte (o bien la omitían). Nadie, empero, mentía de forma positiva.
Tomar parte, pero “debajo de”
Si esos ideales asépticos de objetividad e independencia no existen, ¿para qué simularlos? De allí que buena parte de la corrosión obedezca a la hipocresía, actitud que el diccionario define como el “fingimiento de cualidades contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”.