Los Kirchner, con el discurso agotado
CRISTIAN SALVI
El Eco de Tandil, 13 de diciembre de 2009
“Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo” (Abraham Lincoln). Finalmente, tras el recambio legislativo, se cristalizó la pérdida de aval social que sufren los Kirchner y sus aliados, quienes a esta altura agotaron prácticamente todos los artilugios con los que han manipulado la realidad desde que llegaron al poder.
Se terminó eso de que todo adversario es un partidario de la última dictadura militar. Perdieron ese rol de “buenos” que obligaba a todo oponente, antes de decir algo sobre ellos, loar el compromiso kirchnerista con los derechos humanos (nunca del todo real), recalcando una y otra vez, en tono defensista, que lo suyo no debía entenderse como una reivindicación procesista o algo por el estilo. Abusaron tanto de la calificación de sus contrarios como cómplices de la dictadura, que el legitimante perdió todo efecto disuasivo. “Las Fuerzas Armadas son la dictadura”. “La UIA es la dictadura”. “La Iglesia es la dictadura”. “El campo es la dictadura”. “Los medios son la dictadura”. “Macri es la dictadura”. “Mirtha, Susana y Tinelli son la dictadura”. Los capítulos de esta semana apuntaron contra Abel Posse (“diplomático de la dictadura”) y Hugo Biolcatti (“un golpista hecho y derecho”). Ese eslogan ya está agotado, no da para más. Sólo falta decir que la epidemia de dengue obedece a la conjura de un grupo de mosquitos ideológicamente afines al proceso..
También perdieron esa áurea que trae aparejado el ropaje “progre”. No hay ladrones de izquierda y ladrones de derecha. Hay ladrones y punto. Resulta insignificante sacarse una foto con Estela de Carlotto o con Pérez Esquivel si luego no pueden explicar los millonarios casos de corrupción que, al fin, también son ultrajes a los derechos humanos: ¿No es acaso burlarse de los pobres rentar aviones para transportar los diarios que lee el matrimonio cuando descansa en El Calafate, entre decenas de actos de impúdica ostentación con el dinero público? (¿O alguien cree que todo eso sale del cada día más abultado patrimonio personal de la pareja de gobierno?)
Se dicen de izquierda y tienen privilegios de nobles. ¡Pensar que la izquierda revolucionaria nació a causa del hartazgo provocado por las prebendas cortesanas! Valga recordar algunos pasajes de Rebelión en la Granja, la sencilla y a la vez genial novela de George Orwell, en la cual, parodiando a la Revolución Rusa y su evolución hacia el estalinismo en forma de fábula satírica, el autor recorre todos los vicios que engendra el poder. Los animales, cansados de ser explotados, deciden rebelarse contra el Sr. Jones —el dueño de la granja, alegoría del zarismo— y expulsarlo para autogobernarse bajo una serie de máximas que aseguraban la igualdad. Lo cierto es que, ya en la primera cosecha, la mejor comida fue destinada a los cerdos que tenían a cargo la administración de la granja. Ante la disconformidad del resto de los animales, Squealer, el cerdo encargado de la propaganda, dio las explicaciones: “Camaradas —gritó—, ¿Ustedes no se imaginarán, espero, que los cerdos hacemos esto a causa de nuestro egoísmo o por privilegio? A muchos de nosotros, no nos gusta ni la leche ni las manzanas. Lo hacemos por nuestra salud. La leche y las manzanas (esto ha sido probado por la Ciencia, camaradas) contienen sustancias necesarias para el bienestar de los cerdos. Los cerdos trabajamos con el cerebro. Toda la planificación y la organización de esta granja depende de nosotros. Día y noche, cuidamos de su bienestar. Es por su causa que bebemos leche y comemos esas manzanas. ¿Saben lo que pasaría si dejáramos de hacer nuestra tarea? ¡Si, Jones volvería, lo que ninguno de ustedes quiere, camaradas!”.
Cualquier parecido con Argentina no es mera coincidencia. Ya terminó el chivo expiatorio de los 90’. El pasado jueves se cumplieron diez años desde que Carlos Menem finalizó su mandato. ¿Cuándo dejará de ser el culpable de todos los males? Hay que decir de una buena vez donde está específica y concretamente la relación causal entre ese “infame” período y los diversos problemas que padecemos hoy, en diciembre de 2009, diez años después. No alcanzan los clichés. La prueba de esa causación exige una explicación concatenada de sucesos. Lo demás son las nubes de humo exculpatorias de los que han gobernado seis años y medio de los diez que nos distancian de los noventa; quienes, por otra parte, aun si fueran ciertos sus dichos sobre aquel entonces, igualmente han de hacerse cargo de no poderlo revertir ya que se los eligió para que gobiernen y provean soluciones, más no para que den lecciones de su versión de la historia.
Por último, también se les agotó aquello de “yo represento el pueblo, mis adversarios son enemigos del pueblo”. El pueblo está en las urnas y dos tercios de los argentinos —o más— les votaron en contra. ¿Cuál es, pues, ese “pueblo” —con notas de unanimidad— que está presente en las invocaciones legitimantes del oficialismo? De allí la advertencia de Elisa Carrió acerca de que todos los déspotas a la larga terminan sometiendo, no ya a sus adversarios, sino al pueblo entero, tenido por necio y empeñado en desconocer las virtudes del régimen..