8.6.09

Democracia joven

Los actores, el modelo y el sistema

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 7 de junio de 2009

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Las elecciones propician la discusión acerca de los problemas que sufre la Argentina. Los sectores en disputa aportan un diagnóstico y, en general, diversas propuestas resolutivas en base a aquel. El diagnóstico sobre el origen de los problemas puede indicar que ellos nacen en el modelo de gestión de un determinando gobierno (“plan gubernamental”), en los ejecutores de las políticas o, según la postura más radical, en el sistema mismo (“plan institucional” o transgubernamental). 

El actual candidato a diputado Néstor Kirchner dice que en las próximas elecciones se discute el “modelo” y que la continuidad de éste dependerá de que los votantes le den el triunfo al oficialismo en los próximos comicios. El modelo serían las líneas fundamentales de su gestión y de su esposa. En su discurso, presenta una antinomia entre su modelo y el implementado en la década del ‘90 que abarcaría también al gobierno de De la Rúa.

Elisa Carrió sostiene que más que las bases de un modelo, la discusión radica en discernir la honestidad y la corrupción de entre los que tendrán a cargo el gobierno de la Nación. Su tesis es que el problema sobresaliente de los últimos gobiernos argentinos ha sido la alta corrupción, más que la formulación de un plan político y económico, pues, según ella, ni un liberal ni un socialista honesto habrían tolerado el hambre, la pobreza, la desocupación ni la destrucción del Estado. Para ello invoca antecedentes comparados, que van desde España, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos hasta Brasil y Uruguay, que progresan tanto con gobiernos de derecha como de izquierda. Si lo esencial para un buen o mal gobierno es la intensidad de la corrupción, para Carrió, Menem y Kirchner no son antinómicos a pesar de las diferente políticas aplicadas, sino que se mantiene la misma matriz que, además, es ejecutada por prácticamente los mismos actores (casi todos los kirchneristas de hoy fueron antes menemistas).

También para la izquierda más coherente hay identidad entre los gobiernos de Menem y Kirchner, pero no sólo por la corrupción, sino fundamentalmente por el modelo económico (que sería intrínsecamente corrupto por su injusticia). Según ellos, Argentina estuvo siempre dominada por un mismo régimen fundamentado en la estructura económica de concentración que se remonta hasta los tiempos de la colonia, donde la dialéctica de dominación se daba entre los españoles y los indígenas. En rigor, no dicen que sea un problema de modelos sino del sistema, ya que, para ellos, el llamado modelo, por su incólume y perenne vigencia, es el sistema mismo, mantenido por todos los gobiernos. 

Estos tres diagnósticos tendrán diversas visiones sobre qué esperar de las próximas elecciones. Los dos primeros confían en que los comicios podrían contribuir a hacer prevalecer su postura, sea conservando o cambiando el modelo o los ejecutores. La izquierda, por su parte, es mayormente pesimista puesto que, desde esa óptica, más que el “modelo”, lo que hay que sustituir es el “sistema”, que sólo se cambia por una revolución, que no tiene por qué responder al sentido violento que suele dársele sino que su nota distintiva estaría dada más bien por la profundidad de cambio propuesto, inagotable en una mera elección legislativa.

Dos casos para el diagnóstico.
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Estos tres enfoques son los que en mayor o menor medida los electores usarán para decidir su voto. Cada uno de los temas que más preocupan a la ciudadanía permite ese triple diagnóstico. A falta de poder referirnos a todos, tomemos los dos más considerados (la seguridad y la economía) para ponderar como en ellos se materializa lo dicho anteriormente.

La creciente inseguridad, ¿es un problema de los que dirigen la política de seguridad? ¿Es acaso un problema de los modelos adoptados? ¿Cambió algo entre las gestiones Ruckauf-Rico, Solá-Arslanian y Scioli-Stornelli, a pesar de ser modelos y ejecutores distintos? ¿Es posible cambiar algo sin sustituir el actual sistema policial y carcelario, casi diríamos suprimiendo lo vigente y creando algo totalmente nuevo? La experiencia reciente da cuenta que por más cambios de ministros, jefes policiales o programas gubernamentales, nada cambia mientras permanezca el mismo sistema de seguridad basado en las actuales estructuras de la Policía y el Servicio Penitenciario, que son dos hordas de corrupción sistémica que trasciende a las personas.

Respecto a la economía, en los últimos cincuenta años se sucedieron alternativamente gobiernos más estatistas con otros más privatistas, pero todos finalmente fracasaron. Las privatizaciones de los ‘90, en la mayoría de los casos, terminaron en monopolios privados que abusan de su posición dominante. Cambió el modelo y los ejecutores, pero el sistema monopólico es el mismo. En aquel entonces se pensó que Argentina extirpaba los cánceres que le causaban su históricos déficits, pero nunca el Estado dejó de subsidiar a una economía llena de ineficiencias. Piénsese en los servicios públicos transferidos al sector privado que se mantienen con dinero estatal. O en Aerolíneas, que era deficitaria cuando pertenecía al Estado mientras que, luego de privatizada, ya fue rescatada dos veces de la quiebra y hoy pierde 4 millones de pesos diarios que costea el Tesoro. Qué decir del régimen jubilatorio: del tradicional agujero negro del presupuesto, al falluto sistema de las AFJP, para volver de nuevo al reparto con acusaciones de que la Anses usa los fondos previsionales para gastos corrientes y hacer demagogia. Lo mismo de la pobreza que, sea cual fuere el modelo aplicado y quienes hayan gobernado, se mantiene invariablemente estable e incluso creció respecto a veinticinco años atrás.

Podríamos decir lo mismo con cada política pública, pero con eso parece bastar para mostrar que hay algo más profundo que discutir un modelo o sus agentes. Compartiendo o no los planes de la izquierda, podemos coincidir con su diagnóstico de que el problema es del sistema como tal. Esto, y no otra cosa, explica por qué Argentina vive en un esquema cíclico donde cada cinco años renace una crisis que termina ahogándonos de nuevo, restaurando problemas añejos que jamás lograron una solución definitiva.
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