21.6.09

Democracia joven

La teoría del voto útil

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 21 de junio de 2009

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Durante las últimas semanas, en lo que algunos consideran una polarización entre Kirchner y De Narváez instalada adrede, comenzó a mencionarse la idea del voto útil como justificación del sufragio. 

El voto-útil sería una elección pragmática preferida por sobre el voto-convicción cuando éste último no haría más que consolidar el actual estado situacional sin promover el cambio que el votante se propone. Está emparentada con la vieja doctrina del mal menor: para un no-kirchnerista es aconsejable votar a De Narváez, aunque no le caiga simpático, si con ello evita un mal mayor, o sea, que Kirchner gane, pues sólo aquél podría vencer al ex presidente según dicen las encuestas. Este parece ser el mensaje de quienes alientan el voto útil.

Junto a la anterior, la tesis del voto útil encuentra otros despliegues inclinados siempre hacia el equilibrio del sistema. Proponemos analizar algunos aspectos de esto último para luego ponderar cómo esa idea del voto útil se proyecta en la elección del 28 de junio.

Las paradojas “decisionales”.
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El proceso electoral ha sido un atractivo objeto de estudio de la llamada Teoría de los Juegos porque presenta el desafío de la compresión de cómo los millones de “jugadores” involucrados eligen procurando un provecho que, para realizarse, dependerá de lo que los demás también escojan. Es decir, los votos individuales son insignificantes por sí, pero a la vez resultan condición necesaria para formar las mayorías al concurrir con los equivalentes. 

Esta situación da lugar a múltiples paradojas en el proceso “decisional” causadas por la imposibilidad de coordinación entre todos los votantes para lograr que el desenlace de los comicios arribe al óptimo buscado. Piénsese, por ejemplo, que para una elección legislativa se presenten diez listas, una del oficialismo y las restantes de opositores. La mayoría de los electores tiene como fin individual aportar más pluralidad al órgano colegiado. Sin embargo, al no coordinarse la distribución de votos, si esa mayoría se reparte entre las nueve listas opositoras, ninguna obtendría un solo escaño al no reunir el mínimo necesario, haciendo que el oficialismo se lleve todas las bancas en juego. La paradoja estaría dada en que el resultado sería el inverso al óptimo individualmente buscado por cada sujeto que integra la mayoría.

Hay muchos ejemplos del mismo tenor. Lo interesante a destacar, en definitiva, es la dificultad de alcanzar el óptimo cuando hay millones de electores que no pueden ponerse de acuerdo de cómo votar. En democracias más ordenadas que la nuestra, una de las herramientas para darle más seguridad al sistema ha sido compensar uno de los pares, reduciendo el número de los elegibles: así, aunque hay millones de electores, éstos elegirán entre dos o tres opciones, de manera que, por una cuestión matemática, el resultado siempre será equilibrado, o sea, no desperdigado. Como no se trata de proscribir a nadie, la solución está dada en las obligatoriedad de elecciones internas a la vez que se complejicen los requisitos para crear nuevos partidos. 

Pero eso hoy no sucede: en cada elección la mayoría de las listas que se presentan no logra reunir los votos mínimos, pasando sin pena ni gloria, aunque no sin beneficiar a los oficialismos que aprovechan la atomización del arco opositor. Aquí es donde cobra sentido la idea del voto útil como alternativa pragmática al voto convictivo pero inútil: ¿Qué sentido tiene votar a quien ni siquiera no alcanzará el mínimo necesario si con ello no logro el fin buscado que es, cuanto menos, que mi voto se vea representado en una banca?

Quienes objeten esta tesis dirán que se trataría de otra paradoja, conocida como de “profecía autocumplida”: si todos los que no votan a alguien porque creen no ganará en verdad lo votarán, puede que él gane. De todas formas, la validez de esta objeción dependerá del caso porque no resuelve la coordinación final si hay múltiples ofertas electorales sino que su aplicación estaría dada para cuando hay sólo dos o tres alternativas.

Las ponderaciones de la utilidad

Lo cierto es que la aplicación del voto útil permitiría corregir al sistema que permite la presentación de múltiples listas cuyo único efecto es negativo al fragmentar a electorados de la misma franja. ¿Cuáles serían los indicadores para ponderar la utilidad de un voto?

Tratándose de una elección de cuerpos colegiados, el óptimo  estaría dado en si el órgano legislativo (o su equivalente, como son los concejos deliberantes) se compone, tras la renovación, de tal forma que el Ejecutivo tenga como partidarios suyos exactamente a la mitad de los que integran el cuerpo. Este equilibrio radica en que necesariamente el oficialismo y la oposición, para formar la voluntad orgánica, necesitarán del concurso de al menos uno de los que integran el grupo adversario obligando a negociaciones constantes sin que nadie pueda abusar de una posición dominante. Esto invita a votar contra los oficialismos que gozan de amplias mayorías aun cuando el votante esté convencido que la gestión ejecutiva es buena, ya que es un voto de equilibrio y no de castigo.

Otro aspecto de voto útil para este tipo de elección intermedia es el no-corte de boleta. Las listas suelen ser la expresión de una plataforma conjunta que exige representantes en más de un órgano estatal para su realización. Al votar toda la lista, el elector aporta coherencia al sistema ya que los integrantes de la misma facción trabajarán coordinadamente en los diversos estamentos públicos. 

Finalmente, nótese que las tres fuerzas con más representatividad son alguna forma de coalición (incluso el Frente por la Victoria, que suma sindicalistas y piqueteros), por lo cual, un tercer criterio indicador es la confianza en que la lista votada se mantendrá unida durante el mandato confiado, pues de lo contrario ellas quedarían en situación de debilidad para ejercer esa función de contralor legislativo (de vuelta, la hipótesis de una mayoría desunida). ¿Cómo saber si una lista permanecerá unida? Nada mejor que analizar cómo se formaron y cuántos contrincantes para el mismo puesto tienen pensando en 2011.
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15.6.09

Democracia joven

¿Por qué Kirchner no debate?

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 14 de junio de 2009

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El programa televisivo A dos voces está organizando un debate entre los candidatos a legisladores. La producción ya logró la aceptación de los principales cabezas de lista a diputados por Capital Federal (Prat-Gay, Michetti, Heller y Solanas) y, respecto a la Provincia de Buenos Aires, dieron su confirmación De Narváez, Stolbizer y Sabatella. No así el candidato del Frente por la Victoria Néstor Kirchner, que ni acusó recibo de la invitación. Desde ese sector si prestó su acuerdo Daniel Scioli, pero no es él quien encabeza la nómina.

Mientras tanto, en medio de la polémica en torno a la citación de De Narváez a prestar declaración indagatoria, el candidato de Unión-Pro desafió a Kirchner a un debate público para confrontar las propuestas de cada cual a las elecciones del 28 de junio. Kirchner dejó trascender su negativa.

Para qué debatir.
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El uso de la tecnología ha modificado la dinámica de las campañas electorales a punto de que la televisión e internet se han constituido en las nuevas ágoras de la democracia posmoderna. La elección presidencial norteamericana dio muestras acabadas de este fenómeno proyectando los temas allí debatidos a todo el planeta. Obama, en particular, explotó el uso del Facebook, YouTube y de los SMS como una herramienta quizá más poderosa que la televisión misma.

Los beneficios del uso de la tecnología en la democracia están fuera de discusión. Sin embargo, esas formas comunicacionales suelen ser también enmallados mercadotécnicos que “crean” candidatos cuan si fueran productos comerciales para lograr con ello la adhesión del votante-consumidor. La “construcción” de un candidato que en la realidad no tenga nada positivo es un trabajo posible para un experto en marketing político. La campaña de De la Rúa en 1999 fue prueba de ello al presentarlo como un “hombre de decisión” que terminaría con la corrupción.

De allí que el debate televisivo, usado por primera vez en 1960 entre Nixon y Kennedy, siga teniendo vigencia y necesidad porque, a pesar de pertenecer a la democracia tecnológica, empero impide esa escenificación ficcional del candidato que se presentará a debatir frente su adversario y ante millones de espectadores tal cual es. Los asesores y el marketing no estarán al aire. Es lo más parecido que se inventó desde que el modelo asambleario ateniense dejó de usarse porque la cantidad de habitantes impedía la participación de todos los ciudadanos, dando lugar, para su reemplazo, a la democracia indirecta. En esta asamblea virtual están los candidatos y millones de votantes que pueden intervenir por teléfono al instante como si estuvieran presentes en el escenario del debate.

Esto muestra como el debate televisivo concentra, por un lado, el beneficio de la tecnología multiplicadora de recipiendarios pero, a la vez, también todas las ventajas de la asamblea presencial en la cual el candidato está a la vista sin el ropaje engañoso que trajo aparejada esa nueva forma de comunicación masiva.

A esta justificación pragmática se le agrega otra que pertenece al núcleo mismo de la democracia, esto es, el derecho a la información que el votante necesita para poder elegir entre varias alternativas. Tomando una categoría del Bioderecho, podríamos decir que el acto eleccionario supone un “consentimiento informado”.

Esta idea ha convertido a los debates televisivos y a las conferencias de prensa en verdaderas instituciones de la democracia norteamericana. Kirchner no accede al debate porque va primero en las encuestas entendiendo que no conviene arriesgar esa ventaja. Es un razonamiento frecuente en Argentina. En Estados Unidos, en cambio, quien no está primero asiste al debate como una oportunidad de posicionarse, pero también lo hace quien lleva la delantera porque sabe que la inasistencia es razón suficiente para que los votantes ya conquistados le quiten su apoyo al interpretar que se está rehusando a las defensa de sus ideas, ocultándose tras la mercadotecnia política con una mezcla de cobardía y mendacidad. En otras palabras: algo esconde al no querer debatir, ergo, miente para lograr la adhesión popular.

Las presidencias monologales

Las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner estuvieron signadas por la renuencia a los debates. Ninguno asiste al intercambio con sus adversarios políticos, aun cuando ella es una excelente oradora y con gran experiencia parlamentaria.  Él, durante sus cuatro años y medio de gobierno, no dio una sola conferencia de prensa; ella sí, pero contadas veces y casi siempre en forma de monologo y prohibiendo la repregunta, con lo cual, poco útiles son. La estrategia comunicacional es la cátedra del ambón en actos donde están rodeados de aduladores que le festejan  todo lo que dicen.

Los ministros y los legisladores kirchneristas siguen el modelo de sus líderes. En los informes ministeriales ante el Congreso, los funcionarios hacen una exposición monologal sin que los legisladores (destinatarios del informe) puedan intervenir. Esa lectura ininterrumpible frustra la finalidad de ese instituto de origen constitucional, pensado para que los legisladores, en vez de recibir individualmente un informe escrito, se reúnan en el recinto para preguntar o pedirle aclaraciones al funcionario. También en el Congreso, la mayoría kirchnerista, siguiendo las órdenes de la Casa Rosada, ha “administrado” qué se debate y qué no en las cámaras: no se trataba de la aprobación de tal o cual proyecto, sino de ni siquiera habilitar la apertura de la sesión al no prestar el quórum suficiente.

Aunque sería una buena idea implementar una reforma al Código Electoral por la cual se instituyan debates obligatorios (por ejemplo en el canal público), con eso no bastaría si no es la ciudadanía la que impone una sanción a aquel que rehúsa nada menos que a decir por qué quiere que lo voten. De hecho, en Estados Unidos, el debate no es un requisito normativo sino una exigencia de los votantes antes de elegir a quien le dan lo más importante que tienen como ciudadanos de una democracia. Quizá esta elección sea la que permita dar un paso en ese sentido.
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8.6.09

Democracia joven

Los actores, el modelo y el sistema

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 7 de junio de 2009

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Las elecciones propician la discusión acerca de los problemas que sufre la Argentina. Los sectores en disputa aportan un diagnóstico y, en general, diversas propuestas resolutivas en base a aquel. El diagnóstico sobre el origen de los problemas puede indicar que ellos nacen en el modelo de gestión de un determinando gobierno (“plan gubernamental”), en los ejecutores de las políticas o, según la postura más radical, en el sistema mismo (“plan institucional” o transgubernamental). 

El actual candidato a diputado Néstor Kirchner dice que en las próximas elecciones se discute el “modelo” y que la continuidad de éste dependerá de que los votantes le den el triunfo al oficialismo en los próximos comicios. El modelo serían las líneas fundamentales de su gestión y de su esposa. En su discurso, presenta una antinomia entre su modelo y el implementado en la década del ‘90 que abarcaría también al gobierno de De la Rúa.

Elisa Carrió sostiene que más que las bases de un modelo, la discusión radica en discernir la honestidad y la corrupción de entre los que tendrán a cargo el gobierno de la Nación. Su tesis es que el problema sobresaliente de los últimos gobiernos argentinos ha sido la alta corrupción, más que la formulación de un plan político y económico, pues, según ella, ni un liberal ni un socialista honesto habrían tolerado el hambre, la pobreza, la desocupación ni la destrucción del Estado. Para ello invoca antecedentes comparados, que van desde España, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos hasta Brasil y Uruguay, que progresan tanto con gobiernos de derecha como de izquierda. Si lo esencial para un buen o mal gobierno es la intensidad de la corrupción, para Carrió, Menem y Kirchner no son antinómicos a pesar de las diferente políticas aplicadas, sino que se mantiene la misma matriz que, además, es ejecutada por prácticamente los mismos actores (casi todos los kirchneristas de hoy fueron antes menemistas).

También para la izquierda más coherente hay identidad entre los gobiernos de Menem y Kirchner, pero no sólo por la corrupción, sino fundamentalmente por el modelo económico (que sería intrínsecamente corrupto por su injusticia). Según ellos, Argentina estuvo siempre dominada por un mismo régimen fundamentado en la estructura económica de concentración que se remonta hasta los tiempos de la colonia, donde la dialéctica de dominación se daba entre los españoles y los indígenas. En rigor, no dicen que sea un problema de modelos sino del sistema, ya que, para ellos, el llamado modelo, por su incólume y perenne vigencia, es el sistema mismo, mantenido por todos los gobiernos. 

Estos tres diagnósticos tendrán diversas visiones sobre qué esperar de las próximas elecciones. Los dos primeros confían en que los comicios podrían contribuir a hacer prevalecer su postura, sea conservando o cambiando el modelo o los ejecutores. La izquierda, por su parte, es mayormente pesimista puesto que, desde esa óptica, más que el “modelo”, lo que hay que sustituir es el “sistema”, que sólo se cambia por una revolución, que no tiene por qué responder al sentido violento que suele dársele sino que su nota distintiva estaría dada más bien por la profundidad de cambio propuesto, inagotable en una mera elección legislativa.

Dos casos para el diagnóstico.
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Estos tres enfoques son los que en mayor o menor medida los electores usarán para decidir su voto. Cada uno de los temas que más preocupan a la ciudadanía permite ese triple diagnóstico. A falta de poder referirnos a todos, tomemos los dos más considerados (la seguridad y la economía) para ponderar como en ellos se materializa lo dicho anteriormente.

La creciente inseguridad, ¿es un problema de los que dirigen la política de seguridad? ¿Es acaso un problema de los modelos adoptados? ¿Cambió algo entre las gestiones Ruckauf-Rico, Solá-Arslanian y Scioli-Stornelli, a pesar de ser modelos y ejecutores distintos? ¿Es posible cambiar algo sin sustituir el actual sistema policial y carcelario, casi diríamos suprimiendo lo vigente y creando algo totalmente nuevo? La experiencia reciente da cuenta que por más cambios de ministros, jefes policiales o programas gubernamentales, nada cambia mientras permanezca el mismo sistema de seguridad basado en las actuales estructuras de la Policía y el Servicio Penitenciario, que son dos hordas de corrupción sistémica que trasciende a las personas.

Respecto a la economía, en los últimos cincuenta años se sucedieron alternativamente gobiernos más estatistas con otros más privatistas, pero todos finalmente fracasaron. Las privatizaciones de los ‘90, en la mayoría de los casos, terminaron en monopolios privados que abusan de su posición dominante. Cambió el modelo y los ejecutores, pero el sistema monopólico es el mismo. En aquel entonces se pensó que Argentina extirpaba los cánceres que le causaban su históricos déficits, pero nunca el Estado dejó de subsidiar a una economía llena de ineficiencias. Piénsese en los servicios públicos transferidos al sector privado que se mantienen con dinero estatal. O en Aerolíneas, que era deficitaria cuando pertenecía al Estado mientras que, luego de privatizada, ya fue rescatada dos veces de la quiebra y hoy pierde 4 millones de pesos diarios que costea el Tesoro. Qué decir del régimen jubilatorio: del tradicional agujero negro del presupuesto, al falluto sistema de las AFJP, para volver de nuevo al reparto con acusaciones de que la Anses usa los fondos previsionales para gastos corrientes y hacer demagogia. Lo mismo de la pobreza que, sea cual fuere el modelo aplicado y quienes hayan gobernado, se mantiene invariablemente estable e incluso creció respecto a veinticinco años atrás.

Podríamos decir lo mismo con cada política pública, pero con eso parece bastar para mostrar que hay algo más profundo que discutir un modelo o sus agentes. Compartiendo o no los planes de la izquierda, podemos coincidir con su diagnóstico de que el problema es del sistema como tal. Esto, y no otra cosa, explica por qué Argentina vive en un esquema cíclico donde cada cinco años renace una crisis que termina ahogándonos de nuevo, restaurando problemas añejos que jamás lograron una solución definitiva.
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