El pecado de disentir CRISTIAN SALVI El Eco de Tandil, 19 de abril de 2009
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18.4.09
Democracia joven
Santiago Montoya es un hereje. Su pecado consistió en decir que “no” al requerimiento oficial de prestarse a la pantomima de las “listas testimoniales”. No importa que haya sido un buen funcionario —puede molestar a los contribuyentes, pero fue un excelente custodio del fisco—, nada importa, solo que no se sometió al mandato de ser candidato a concejal en San Isidro. Scioli, obediente como siempre a la Casa Rosada, lo echó. Montoya no emuló su genuflexión.
No es la primera vez que el kirchnerismo excomulga al que piensa distinto. El mismo Scioli, cuando recién había asumido la vicepresidencia, sufrió los avatares de la senadora Kirchner que lo acusaba de traidor. Lo relegaron totalmente porque había insinuado la necesidad de que se aumenten las tarifas públicas. Junto a ello, exoneraron a todos los funcionarios de la secretaria de Turismo que le respondían de cuando el actual gobernador ocupó esa cartera durante el gobierno de Duhalde. A María del Carmen Alarcón la hicieron echar de la presidencia de la comisión del agro en Diputados cuando, allá por 2006, fue de las primeras que se atrevió a decir que era necesaria una nueva política agropecuaria. Lo mismo pasó con el ex jefe de la AFIP Alberto Abad y con Alfonso Prat-Gay, a quien Kirchner no le renovó el mandato en el Banco Central porque intentó hacer lo que la ley manda, o sea, dirigir la política económica desde ese ente autárquico. Posiblemente la próxima a que le toque es a Graciela Ocaña, cuyo desliz fue, en medio del caso de Sebastián Forza, denunciar al superintendente deServicios de Salud Héctor Capaccioli como recaudador de las “donaciones” que hacen las droguerías para las campañas oficiales. Otra osadía fue objetar la inmensísima caja de subsidios que se lleva el clan Moyano.
La lógica se siguió repitiendo y, con ello, el kirchnerismo fue perdiendo los mejores cuadros que tuvo. Por dos motivos, lo de las “listas testimoniales”, más que la causa es un efecto de esa diáspora. Hoy no son tantos los que se arriesgarían por Kirchner, por lo que la idea de involucrar directamente a los caciques tiene como fin coartarles la hipótesis de que jueguen a dos puntas. Vaya si los intendentes del conurbano tienen buen olfato para sobrevivir a los cambios políticos y, con esa técnica, ahora ya abren el paraguas en una actitud preventiva toda vez que el kirchnerismo, necesariamente, será más débil desde diciembre cuando haya perdido el control absoluto en el Congreso.
La segunda razón es que el kirchnerismo no tiene gente que mida bien para encabezar las listas. Algunos por impresentables y otros por desconocidos, pero lo cierto es que el kirchnerismo no tiene gente y de allí que en todas las elecciones echen mano a ministros para que encabecen y arrastren votos por el fenómeno de las listas sábanas. La forma de ejercer el poder del matrimonio obsta al nacimiento de liderazgos que puedan competir en elecciones por sí y oxigenar las filas oficialistas.
Es célebre la frase de Martin Heidegger de que “la ciencia no piensa” (die Wissenschatf denkt nich), dicha en alusión al cientificismo acrítico y autómata que deja de preguntarse por el sentido último de las cosas. Parece una contradicción porque, a simple vista, la ciencia debepensar. Pero no siempre es así.
Con la política pasa lo mismo. Enseguida se supone que la política es disenso, discusión, dialogo, o sea, razonamiento de dos o más. Sin embargo, como ya advertíamos hace unas semanas, la política es un monologo del poderoso donde se ejercita un verticalismo que tiene parentesco con la disciplina militar.
En el kirchnerismo, como así también en prácticamente todos los grupos políticos, la política no piensa. Esa es una de las explicaciones de su degradación. Pero no sólo porque con eso se la desnaturalice en sus fines —aquello que la política debería ser— sino también por una razón práctica: los hombres y mujeres más pensantes no están en la política porque no pueden tolerar esa heteronomía donde siquiera es posible expresar el más mínimo disenso.
La distinción precedente viene a cuento porque desde el realismo político puede ya no importar si se debe pensar tanto como si sirve pensar. O sea, si al líder le sirven más quienes piensen por sí o quienes lo adulan asintiendo todo sus deseos. Es tan importante esto que Maquiavelo le dedicó el capitulo 23 de El Príncipe a “Como huir de los aduladores”. Los hombres —dice Maquiavelo— tienden a complacerse demasiado de sus propias obras y con eso se engañan, porque no atinan a defenderse de la adulación que engrandece su ego pero a costa de aislarlos de la realidad: “no hay otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad...”. ¿De qué le sirve a Kirchner toda esa cantidad de aduladores que tiene a su alrededor? No le están advirtiendo que se estrellará contra una realidad adversa y, por no haber frenado a tiempo, en ese momento será demasiado tarde para volver atrás. Pasó con la 125.
Hay algo muy llamativo que grafica aquello de que la política no piensa. Cuando algunos líderes se alejaron del gobierno, tras ellos, también emigraron sus tropas inferiores. Por ejemplo, un montón de kirchneristas descubrieron que ya no lo eran cuando Cobos o Solá dejaron de serlo. Es normal que alguien, individualmente, no se sienta más representado por un proyecto y se vaya. Lo atípico es esa “conversión en cadena”. Hace acordar al Medioevo cuando los súbditos mudaban a la religión adoptada por el monarca, y así, por ejemplo, cuando en el siglo IV el cristianismo logró la conversión de Constantino se aseguró que toda Roma, desde aquel entonces, sería cristiana. Pero no era una religiosidad elaborada sino una mera adhesión a lo que el otro (en el caso, el emperador) pensaba. No pensaban por sí. Otro lo hacia por ellos. Vaya indignidad en la que han caído desde el momento en que lo más sagrado del ser humano es canjeado por alguna prebenda.
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