7.3.10

Democracia joven

Huelga docente y derecho a aprender

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 7 de marzo de 2010

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El pasado domingo el diario Perfil publicó un informe con datos oficiales que consignan que en Capital hay casi tantos alumnos en colegios privados como en públicos. Sumando todos los niveles, del total de alumnos concurren a los primeros 318 mil (49,7%) contra 322 mil (50,3%) a los estatales. Esa tendencia, aunque en menor intensidad, es seguida en el interior del país, especialmente en los grandes centros urbanos que cuentan con oferta educativa privada.

Todo ello no obstante “la matrícula en los colegios privados aumenta de manera ininterrumpida entre un 3 y un 5 por ciento por año desde 1997”, según cita el matutinito. Quienes pueden esforzarse y abonar las cuotas, prefieren mandar a sus hijos a escuelas privadas aun restringiéndose en otros rubros. Se lo ha asimilado a un “servicio necesario”.

¿De donde surge esa “necesidad” si el Estado brinda servicio educativo? Por nuestra fortísima tradición de educación pública, la opción por instituciones privadas históricamente obedeció a intereses como la instrucción religiosa, por ejemplo, o el sentido de pertenencia de las clases acomodas. Hoy, sin embargo, muchos padres entienden que la asistencia a una escuela privada asegurará a sus hijos, no ya la calidad educativa, sino cuanto menos que tengan clases. Anhelo este muy acorde con el del país, cuyos estándares educativos siguen enfocados en un mismo objetivo que, debiéndose a esta altura dar por descontado, raras veces se cumple: dictar 180 días de clase al año. Ya ni siquiera se pide buena educación sino que cuanto menos se dicten clases. Es un signo decadentista que deja atrás el gran ideario igualitarista de la escuela estatal.

Huelga para “pedir”, nunca para “dar”..

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Hay un hecho objetivo: los docentes han hecho del paro educativo el mecanismo exclusivo para reclamar. Esa elección está motivada en la “efectividad” que la medida trae asegurada.

Esos reclamos, a su vez, en prácticamente la totalidad de los casos conciernen a aumentos salariales. No se recuerdan paros para mejorar la deterioradísima instrucción docente (o, mejor aun, su sustitución por una formación universitaria); o bien para la reforma del sistema oligárquico de designación por puntaje, proponiendo el concurso de antecedentes y oposición de los docentes universitarios, lo cual supone, en vez de los actuales nombramientos “vitalicios”, la caducidad de cargos para su constante validación y renovación por mérito. En fin, siempre se hace huelga para “pedir” más, nunca para “dar” más, en clara contradicción a lo que Aristóteles llamaba “justicia sinalagmática”: lo justo es lo proporcional, o sea, a toda mejora salarial le debería seguir una mejora cualitativa de la prestación, que, muy el contrario, año a año decrece.

Asimismo, pensando en la otra clase de justicia, la llamada “distributiva”, que tiene por objeto asignar según los méritos en un contexto determinado, vale preguntarse si efectivamente el ingreso de los docentes es tan bajo como se lo presenta. Ese “contexto determinado” son las horas trabajadas, el nivel cualitativo de sus prestaciones y el índice salarial medio de Argentina, entre otros factores. Un docente sin demasiada antigüedad, que trabaja de lunes a viernes a razón de 8 o 9 horas diarias (como cualquier trabajador) tiene un sueldo de bolsillo que supera los $ 3.500, lo cual supera por muy lejos al salario medio. A su vez, sus vacaciones se extienden durante el mes de enero, parte de febrero y una quincena en el receso invernal. Los trabajadores en general, mientras tanto, para alcanzar esa cantidad de días deberían tener una antigüedad superior a los 40 años. Y en cuanto al nivel prestacional, en fin, pocos podrían ganar un concurso para dar clases en una universidad. Podríamos seguir con ese paralelo contextual, pero es mejor que cada cual —en especial los contribuyentes— hagan su propio juicio acerca de si los docentes están o no mal pagos.

Por qué privilegiar uno sobre otro

El derecho a huelga tiene rango constitucional. Como todo derecho constitucional, empero, está sujeto a las leyes que reglamenten su ejercicio, según dice el artículo 14 de la Constitución. En este mismo artículo, asimismo, se garantiza el derecho de “enseñar y aprender”. Ese derecho a aprender es garantizado por la Nación y las provincias.

De este resumido cuadro tenemos que el conflicto entre docentes y el Estado provoca la lesión de derechos de terceros: los millones de alumnos a los que se priva del derecho de aprender.

Esa proyección social de la prestación educativa estatal hace que la misma tenga rango de “servicio público esencial”. Lo que caracteriza a estos es la imposibilidad de interrupción. De allí que en esas áreas el derecho a huelga se reglamente para evitar la lesión de los intereses sociales comprometidos en el servicio público estatal. Por ejemplo, las huelgas de los agentes hospitalarios no pueden discontinuar la atención básica de salud: un médico de guardia que dejara de atender a un enfermo cometería abandono de persona, no cabiéndole amparo en el derecho a huelga. Lo mismo sucede con el transporte público o la seguridad (piénsese que sucedería si la policía hiciera paro).

Conclusión obligada de lo dicho es que los medios de protesta de los docentes deben restringirse a la medida en que no provoquen afectación del servicio educativo. De afectarlo, la huelga debe tenerse por ilegal.

Es claro que estamos ante dos derechos de rango constitucional que entran en colisión. En ese caso, mal que pese, debe privilegiarse el derecho a aprender por sobre el de huelga, no solamente porque ésta es sólo una de las variantes posibles de reclamo, sino también por una natural inclinación a proteger a los más débiles en el conflicto, que son los niños. Y también porque la educación pública involucra un interés colectivo en tanto, a través de ella, la sociedad aspira nada menos que a su progreso y bienestar. Semejantes intereses no pueden quedar en manos de sindicalistas extorsionadores que aprovechan la cobardía gubernamental. Lástima que no se toparon con el genio de Sarmiento, a quien por algo también se lo conocía como “el loco”..

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