4.1.09

Democracia joven

Cuba, cinco décadas de dictadura

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 4 de enero de 2009

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Se cumplen 50 años de la llamada Revolución Cubana. Se cumplen, por tanto, 50 años de que Fidel Castro es el dueño y señor de los habitantes de la isla, y esto es así en el más literal de los sentidos. 

Tomando algunos aspectos del “modelo cubano”, proponemos analizar la vigencia de la “revolución” a efectos de discriminar qué, en última instancia, nos puede llevar a aprobar o censurar el medio siglo del gobierno de Castro por encima de todos los romanticismos que suelen hacerse desde la izquierda vernácula. El prisma analítico tendrá dos valores orientadores: la libertad y la igualdad.

“Libertad… ¿para qué” (Lenin).(código)

Nadie, sometido a elecciones, puede gobernar tanto tiempo. Las burdas elecciones en la isla, en las cuales los Castro sacan más del 95 por ciento, claro está, son una mentira.

En Cuba no se puede disentir y una policía política custodia el cumplimento de la prohibición. Hay control sobre lo que las personas leen. Es deber jurar fidelidad a la persona del Líder. No hay prensa libre. Se persigue a periodistas. El Estado controla los medios de comunicación. Internet está filtrada de modo que los cubanos no puedan salir del micromundo diseñado por el régimen.

Luego de esto (que no es todo), ¿Qué queda por idealizar?

Hasta los más férreos defensores del modelo aceptan esta irrefutable realidad. Pero la justifican como medios necesarios para un fin. Sin embargo, esos supuestos fines son meros recursos legitimantes y, fundamentalmente, no debe perderse de vista que la libertad es un axioma categórico, de manera tal que ni el más noble de los fines (alegados) justifica ese sistema policíaco instalado por medio siglo en la isla. Toda dictadura es mala. Todas. No valen justificaciones “extrínsecas” de un modelo cuando éste tiene una ilegitimidad “intrínseca”. Al modelo cubano no lo justifica ni los logros que dicen tener en salud y educación, del mismo modo que la dictadura de Franco no es salvada por las reformas económicas del último tramo ni tampoco pueden absolverse los crímenes de Pinochet por sus medidas exitosas en la década del 80’.

El doble mito de la igualdad

Hay dos falacias relacionadas con la idea de la igualdad en Cuba. Desenmascararlas exige algunas apostillas acerca de qué entendemos por ella.

El ideal de los apologistas de régimen cubano parece contentarse con la aprobación de una igualdad en la que todos son pobres. No es un juicio razonable. ¿Qué justicia tiene una igualdad en la que todos son iguales en marginalidad? Es la igualdad “igualitarista”.

Desde la tradición liberal la única igualdad justa es la “igualdad de oportunidades”. Una igualdad de “partida”, no de “llegada”. Cuba tiene “igualdad” en las dos categorías; otros, como Argentina, “desigualdad” en ambas. Ambos modelos son injustos.

Una sociedad progresa, empero, por la igualdad de “partida” y la desigualdad de “llegada”, siendo ése el equilibrio perfecto del modelo estadounidense. Se asegura igualdad de oportunidades, pero luego, en la carrera, cada uno llegará adónde pueda, no siendo justo amarrarle un ancla a las personas exitosas para “bajarlas” porque eso es castigar a los beneficiados por el reparto natural de talentos que además se esfuerzan y, a su vez, con ello se perjudicaría a la misma sociedad que desperdicia a sus mejores cuadros. De allí que la igualdad de “llegada” sea regresiva, porque nivela para abajo. “¡Cuantos más Bill Gates tengamos mejor!, pues eso nos hace ricos y poderosos como nación, se tributa más y podemos ayudar a los más desfavorecidos garantizándoles igualdad de oportunidades”, parece ser el mensaje de los Estados Unidos.

Esto es aceptado incluso por pensadores emparentados con la centro-izquierda que, sin abonar un liberalismo radical (libertarismo), lograron salvar al liberalismo del comunitarismo. John Rawls, por ejemplo, en su genial Teoría de la Justicia (1971), dice que la desigualdad es justa si, en primer lugar, hay igualdad de oportunidades y, además, si ella genera un provecho social, que incluye a los más desventajados. A esto último lo denomina “principio de diferencia”  y, con ello, el pensador de Harvard logró conciliar armónicamente a dos valores de constante conflicto como son la igualdad y la libertad (que, desde John Locke hasta las encíclicas papales, es considerada el continente del derecho de propiedad).

El segundo mito a destruir es aquello de que “todos” son iguales. No es del todo cierto: los Castro y sus cortesanos no viven como el resto de los cubanos. La realidad de Cuba es la de Rebelión en la Granja (1945), la parodia al comunismo escrita por George Orwell: los animales decidieron sublevarse contra el dueño de la granja para dejar de ser explotados por él y fundaron una comunidad “igualitarista” con varias máximas, una de las cuales era que “todos los animales son iguales”; pero la historia termina en que los cerdos —líderes de la revuelta, que en la fábula representan a los jerarcas del Partido Comunista ruso— se mudan del establo a la casona y disfrutan de los bienes del granjero mientras los demás miran de afuera. La explotación continúa igual; la novedad es que cambió la identidad del explotador. Eso es lo que hoy queda de la Revolución Cubana. Como en la historia de Orwell, hay una granja empobrecida en la cual sólo algunos gozan de lo poco que queda: “Todos los animales son iguales… pero algunos son más iguales que otros”, reza, modificado, el ideario inicial.(código)