15.2.09

Democracia joven

El riesgo del rejunte electoralista

CRISTIAN SALVI

El Eco de Tandil, 1 de febrero de 2009

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Hay signos de que la dilatada oposición al kirchnerismo se está reuniendo para evitar que en las próximas elecciones, el alicaído oficialismo, aun siendo una minoría, gane los comicios por la atomización de sus contrarios.

La confluencia es buena. Pero no es de “por sí” buena, sino que dependerá de la forma en que se instrumente ya que puede reiterarse el vicio que termina en una defraudación al elector que vota a un espacio que al tiempo se disuelve desnudando la finalidad meramente electoralista de la unión.

Tres estadios temporales permiten proyectar la vida de estas alianzas. El primero es el hoy, que tiene importancia en tanto es ahora cuándo teóricamente los sectores trazan las bases en las que se edificarán. Un segundo estadio son las elecciones de octubre, que será una primera posta que testeará la consistencia de los acuerdos. Finalmente, el objetivo mayor -no el final- será 2011 ya que esa fecha marcará el irremediable fin del kirchnerismo. 

Los sectores y sus desafíos.)

¿Cómo está estructurado hoy el arco político argentino? Descartándose los grupos de infinitésimo caudal electoral que suelen figurar dentro de la categoría residual de “otros”, se perfilan cuatro núcleos que se repartirán la elección de octubre, en este orden: la Coalición Cívica (que sumaría a la UCR y a radicales extrapartidarios, al Partido Socialista que responde a Binner y a los ex transversales, como Luis Juez); el kirchnerismo, que de por sí es una coalición; el PRO y sus aliados peronistas; y, finalmente, otra porción del peronismo, disperso, que congloba a varios subsectores (desde ex duhaldistas hasta los encolumnados tras los jefes territoriales) que pueden llegar a repartirse, quizá, entre los espacios que lideran Carrió y Macri.

A simple vista, si el arco político se divide en tres o cuatro géneros, la democracia argentina estaría dentro de las consideradas ordenadas. Sin embargo, la clave radica en la naturaleza de estas alianzas, que hoy carecen de una consistencia que los proyecte  al mediano y largo plazo. Esto incluye al kirchnerismo -cuya diáspora comenzó hace rato- y, obviamente, también a los opositores.

El PRO no logró preservar ninguno de los acuerdos electorales que hizo. El acercamiento con Recrear, que parecía basado en una afinidad natural, terminó siendo fugaz y con papelones como por ejemplo que López Murphy sea el candidato presidencial del espacio sólo para la ciudad de Buenos Aires, mientras que en los demás distritos era adversario, sin ir más lejos en nuestra provincia donde su lista llevaba candidato a gobernador distinto al de Unión-Pro. También este último acuerdo, con De Narváez, se disolvió tras el comicio, resignándose a que los pocos escaños conseguidos en 2007 sean monobloques irrelevantes en la Legislatura. Sin revisar los basamentos de consenso, el acuerdo en ciernes con Felipe Solá puede tener el mismo destino, más aun cuando el diputado y su tropa cargan con una recurrente tradición migratoria.

Carrió con el tiempo fue abandonando la intransigencia que la condenaba a no atravesar el techo del veinte por ciento de los votos, pero mientras suma por un lado, pierde por otro, ya que no logró evitar el desmembramiento del ARI. Corre el riesgo de padecer el efecto de “suma cero”. El otro desafío que ella deberá afrontar es el mantenimiento del liderazgo en un espacio que pretende reunir a figuras de peso como Binner o Morales, los cuales no respetarán la conducción personalista que suele endilgársele a Carrió.

La aldea o Roma

Quienes la acompañaron hasta hace poco, como Macaluse y Raimundi, ahora acusan a Carrió de haber girado a la derecha e incluso de traicionar sus ideales primigenios, por ejemplo al convocar a Patricia Bullrich y a Alfonso Prat-Gay.

Esto introduce una cuestión importante: ¿las uniones fracasan por una cuestión ideológica? En el mapa político actual no puede sostenerse esa hipótesis. Sino el PRO y Recrear seguirían juntos, o bien el kirchnerismo -que cobija tanto a Bonafini como a Aldo Rico-  ya habría colapsado.

La ideología no es cosa menor pero en Argentina los reveses tradicionalmente obedecieron a otros factores. Ejemplo es la Alianza, donde claramente había una mixtura ideológica -el binomio era un radical conservador con un peronista de izquierda-, pero el fracaso tuvo como eje la ineptitud generalizada de ese Gobierno para lograr otro consenso además de su antimenemismo fundacional. No hay un determinismo histórico de que toda alianza será “la” Alianza, pero está latente el vicio de que las uniones tengan como único fin ganarle a los Kirchner.

El defecto de origen es siempre el ensamblaje de “arriba para abajo”. Los jefes acuerdan y como por arte de magia se pretende consagrar la unión, callando que tras aquello suele permanecer, desde las segundas líneas hasta las bases, una separación genética donde cada cual reivindica “su” espacio y el afán es absorber al otro.

Finalmente, debe resaltarse otro obstáculo para los acuerdos: el narcisismo dirigencial, que es facilitado por la carencia de una institucionalidad que contenga a las líneas internas haciendo de los muros partidarios un límite infranqueable. El Partido Demócrata atravesó una interna tan feroz como pocas veces sufrió en su historia, a punto que se creyó que eso le perjudicaría en las generales porque los republicanos optaron por McCain con mucha más antelación. Sin embargo, Hillary Clinton, como al resto de los vencidos en las primarias, no optó por “sacar los pies del plato” -como diría Perón- sino que se quedó y hoy es parte del Gobierno que dirige su vencedor. En Argentina, en cambio, cuando los líderes no obtienen el poder máximo en los espacios de los que forman parte, emigran hacia otro o bien fundan el propio: es aquello de preferir ser primero en una aldea que segundo en Roma, según esa máxima atribuida al Cesar.. (código)

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